Apocalipsis costumbrista
Fase 7 es un digno producto de género sin mayores pretensiones que mostrarse como un ejercicio correctamente filmado y bien contado. A la vez, su máxima aspiración parece ser quedar bien con un público capaz de celebrar un humor costumbrista porteño, como si lo anterior, por sí solo, no alcanzara. Esta voluntad de no confiar en un simple relato sólido y proponer un supuesto humor vernáculo como complemento es, a mi criterio, donde la película pierde terreno.
En efecto, una secuencia inicial en un supermercado, donde una pareja joven hace las compras (Hendler y Stuart), es el punto de partida para una serie de viñetas que progresivamente nos conducen al nudo de la historia: una pandemia provoca un estado de cuarentena general y los residentes del edificio deben permanecer encerrados. A partir de esta premisa, se desata una guerra interna entre vecinos que conduce a límites insospechados. La falta de certezas que llega desde afuera alimenta la tensión que se vive adentro, en esa incipiente lucha por sobrevivir. Lo mejor, desde mi punto de vista, se encuentra en la primera hora, en la capacidad de sostener dramáticamente la acción en espacios acotados que generan una atmósfera claustrofóbica determinante para el desarrollo de la trama y en la dosificación de información que Goldbard le confiere al relato, además de cierto pulso narrativo que facilita el avance a partir de elipsis bien colocadas y momentos de emociones violentas estratégicamente puestos. Uno sabe que ciertas escenas y poses de los personajes las ha visto en cantidad de filmes (Luppi, por ejemplo, con esa presencia que va desde Terminator hasta Barton Fink, pasando por los héroes de varios westerns), al igual que las situaciones expuestas, pero resulta un trabajo disfrutable desde lo visual y desde ciertos aspectos técnicos, con una muy buena banda sonora creada para la ocasión (sí, con ecos de Carpenter, aunque muchos colegas críticos aludieron a éste como fuente de inspiración para el filme nacional, lo cual me parece un exceso; hay una diferencia enorme e ineludible entre ambos y es el costado político del director norteamericano, casi ausente en Fase 7.)
Ahora bien, esta dirección narrativa y visual se ve constantemente alterada por la voluntad de incorporar líneas de diálogos de clase media, construidos con cierta pereza, chistes fáciles y ciertos tonos actorales que rozan lo inverosímil, defectos que para mí siguen siendo una marca registrada de gran parte del llamado Nuevo Cine Argentino y que, para mi sorpresa (debo admitirlo) continúan siendo celebrados por la crítica. A esto contribuyen, sin duda, incorporaciones como las de Yayo, que repite los tics y los insultos televisivos (al igual que lo hicera Araoz en El hombre de al lado) y los gags de Hendler que remiten, en algunos casos, a cierta comicidad argentina muy liviana de los setenta. Esta actitud relega, tal vez, ese costado político apenas sugerido, que podría dignificar aún más el trabajo con el género para ponerlo en otro marco más enriquecedor. Probablemente, si se revisan los agentes que intervienen en la producción, se podría entender el por qué de este humor televisivo en desmedro, me parece, de un trabajo cinematográfico bien logrado. En un pasaje, uno de los personajes, ante la pregunta de las autoridades sanitarias, dice algo como “Somos 16 personas y una doméstica”. La puesta en escena de ese momento está muy bien lograda y garantiza de por sí la absurda situación que surge de estos tipos disfrazados dialogando con los pocos vecinos presentes en un duelo dialéctico de planos y contraplanos. No obstante, la línea de diálogo, agotada en la obviedad de un referente televisivo (titular de Crónica TV) busca desesperadamente y sin demasiado esfuerzo la fácil complicidad de un espectador saturado de mensajes mediáticos. No será el único caso a lo largo de la película y esto representa su debilidad. Es en este sentido, en el que Fase 7 no se juega por ser auténtica sino que pretende insertarse en la tradición con sus pares generacionales, con guiños cinéfilos incluidos y ser complaciente con ciertas exigencias de la producción televisiva. De todos modos, no puede dejar de reconocerse que la película de Goldbart acierta narrativamente y no se desbarranca a pesar de ello, gracias a su rigor estético en función de la historia que pretende mostrar. La elección genérica de una ficción futurista ya deja un sabor de gratitud en una cinematografía escasa en tal modalidad.