La gente en la Avant Premiere es más pelotuda que en las funciones comunes y corrientes –y eso es mucho decir–. Si estamos acostumbrados a los que se ríen desmedidamente en el cine, la premiere de Fase 7 fue el colmo; primero porque yo era mal visto por no reírme desmedidamente –cientos de espectadores con palos y antorchas pidieron mi cabeza al tiempo que gemían y luchaban entre ellos por una bolsa de pochoclos–; segundo porque ni siquiera tenían la delicadeza de reírse en el momento adecuado, o sea después del remate, sino que comenzaban a reír a carcajadas en la mitad del chiste –o con la sola aparición de Yayo en escena– y no se escuchaba el final (malditas películas de habla hispana que no tienen subtítulos para leer).
Fase 7 es básicamente una película pos-apocalíptica. Y si, tiene todos los condimentos que deben incluirse en una pos-apocalíptica, es decir planos de las calles sucias, destruidas y desoladas, violencia entre sobrevivientes, racionamiento y búsqueda de alimento, escenas gore (no excluyente pero deseable), etc. Una posible ecuación sería algo así como REC + Zombieland – Zombies = Fase 7. De la primera podemos tomar el lugar físico, vecinos de un departamento en cuarentena luchando por sobrevivir. De la segunda podemos tomar el tono, algo así como una comedia hecha y derecha dentro de un ecosistema atroz (¿Yayo sería Woody Harrelson?), una de terror/comedia si es que ese género existe. En este caso sin zombies en escena, pero esto no le impide a Nicolás Goldbart, su director, agregar algo de gore y sangre. No necesita valerse del zombie para justificar la violencia desmedida (total ya estaba muerto) sino que lo hace entre vecinos vivos que reaccionan ante el miedo ¿Miedo a qué? Miedo a una enfermedad que se expande, miedo ante un televisor que repite incansablemente, como si fuera una música de fondo en loop, las medidas de seguridad para no contagiarse, y que incluso limita las normas mínimas de cortesía, como puede ser el saludo (¿Alguien dijo Gripe A? Cualquier similitud con la realidad es pura coincidencia), miedo al otro; ese otro que en situaciones de riesgo, cuando el individualismo se acentúa y solo importa la supervivencia, se convierte en bestia. Pero la palabra "otro", en realidad, es un grupo muy grande, engloba a demasiadas personas; dentro de ese enorme grupo se encuentran no solo las bestias, sino los que nos van a ayudar a sobrevivir, solo hay que saber reconocerlos. Coco (Daniel Hendler) encuentra en Horacio (Yayo) ese otro que lo va a salvar. Parece que no todo está perdido finalmente.
El género vuelve al cine argentino, ese género que no es muy común en estas pampas. Bienvenido sea entonces, esperemos que esta sea la primera de muchas más, tanto para el cine argentino como para la carrera de Nicolás Goldbart.