Si hay algo que tienen en común estás dos propuestas que hoy vinculamos es la voluntad de sus autores por hacer cine de género y, en especial, de dedicarse a unos que no son nada comunes en nuestro cine: mientras que El gato desaparece se mete en el terreno de la intriga, en Fase 7 nos encontramos con un claro exponente de la comedia de terror, ese semigénero que tan bien explotaron (sé que hay otros ejemplos, pero no me canso de nombrar a estos maestros contemporáneos) Edgar Wright y Simon Pegg en Shaun of the dead (Muertos de risa, 2004).
Aquí la historia cuenta que la joven pareja conformada por Coco y Pipi (Daniel Hendler y Jasmín Stuart) y todos sus (pocos) vecinos de edificio (entre los cuales se encuentran los personajes de Yayo y Federico Luppi) se ven obligados a permanecer dentro de sus viviendas cuando las autoridades los ponen en cuarentena luego de que un extraño virus se expanda por la ciudad.
Lo primero que hay que decir sobre esta inusual incursión del cine argentino en la comedia de terror es que no está a la altura de Shaun of the dead o Zombieland (Reuben Fleischer, 2009), por nombrar a dos bastante recientes, pero sí se sabe defender en un terreno que es, sin ninguna duda, bastante novedoso para el público autóctono. Fase 7 es un poco cómica sin ser ridícula ni del todo paródica y es un poco de terror, aunque el género en solitario le quede enorme. Es decir, consigue algunas risas y mantiene un interés, sostiene el suspenso sin generar demasiados sustos ni mantener al espectador al borde de la butaca.
En este caso también nos encontramos con un filme que sin tener un presupuesto descomunal ni una batería de efectos especiales nunca vistos, se mantiene dentro de la línea de lo decente y no queda mal parada ante el género. Hay sangre, hay zombies y hay escenas realmente sorprendentes (o si no pregúntenle a Guglierini y Lange, los vecinos de abajo de Pipi).
El elenco no es del todo equilibrado. Mientras que Hendler vuelve a tener un buen papel, siempre teniendo en cuenta que todos sus personajes son muy similares entre sí, Jazmín Stuart interpreta a una embarazada algo bipolar, entre la paciencia absoluta (necesaria para aguantar a su marido) y el desquicio repentino (también lógico dentro de la historia) que se traduce en gritos histéricos. Federico Luppi se mete en un papel que es todo una rareza, pero lo hace con gracia. Practicamente se ríe de sí mismo, hitaca en mano y con anteojos oscuros (sólo le falta decir "Hasta la vista, Baby") y los papeles secundarios de los vecinos ya nombrados, en manos de Abian Vainstein y Carlos Bermejo están muy bien.
El que merece un párrafo aparte es Yayo: es claro que el título de actor le queda enorme y pese a que tiene un papel protagónico en esta historia, no logra decir un sólo parlamento sin que parezca que lo está leyendo de un teleprompter. Es cierto que su personaje es un paranoide enloquecido, pero nada atribuible al personaje lo salva en su interpretación, sosa y mecánica. Sólo se puede rescatar de su papel que el physic du role le da bien para su personaje y que uno termina por creer que es un loco desquiciado por los gestos. Pero cuando abre la boca es otro tema.
Por último, Fase 7 cuenta con un guión que sostiene bien el clima de encierro y miedo que implica la cuarentena. Al tartarse de un filme con ánimos de causar gracia, las exageraciones en las que deriva cuadran bastante bien, pero no es tan sólida la manera en que se define la historia, como si de repente hubieran querido ponerle más drama del que la comedia debiera soportar. De todos modos, es preferible eso a una despilfarro de excesos e incoherencias que ni siquiera son graciosas, cosa bastante común en este tipo de propuestas.