El filme tiene interesante logros en cuanto a su narrativa y valiosos toques de humor truculentos de perfecto timming.
Un grupo de vecinos se ven obligados a permanecer encerrados en sus departamentos porque el edificio que habitan ha sido declarado en cuarentena. Es que afuera, parece, anda un virus muy peligroso y se debe resguardar de él a la comunidad. Claro está, con el correr de los días y la confusión que vaya generando el encierro, los habitantes de ese edificio, una fauna bastante particular, irán profundizando su estado de paranoia y desconfiando cada vez más del que tienen al lado. Vista así nomás, Fase 7 de Nicolás Goldbart, no tiene más para ofrecer que una serie de lugares comunes ya transitados por el cine una y mil veces. Sin embargo, el film se recuesta sobre su contexto, para convertirse en un producto por demás sorprendente.
Recibida positivamente por el público que la vio en el último Festival de Cine de Mar del Plata, Fase 7 enfrenta las convenciones mencionadas con un par de hechos significativos: por empezar, es una apuesta fuerte del cine nacional por interesar a un espectador más cercano al cine de género; pero además, en sus varios pliegues narrativos y formales, se atreve a dialogar con autores como John Carpenter e incluso a chocar universos tan disímiles como los del nuevo cine argentino con los del costumbrismo televisivo, sobre todo en la incorporación de un elenco en el que destacan Daniel Hendler, Federico Luppi y Yayo. Sí, el ex Tinelli.
Si bien uno no debe premiar a una película por circunstancias que exceden a la misma propuesta, lo cierto es que en este caso esas circunstancias se involucran con el propio film. Porque Goldbart, inteligentemente, exhibe explícitamente los mecanismos televisivos para registrar de otra manera el apocalipsis de Fase 7. Allí surge el humor negro, pero también el humor más guarro y convencional. En esos recursos que utiliza y con los que juega, Fase 7 termina por encontrar su tono justo, su aspecto personal y original. Un film que homenajea todo un arco de cine de género -western urbano, comedia, terror, gore, clase B- para terminar incluyendo en su propuesta a un público muy amplio y variado.
Uno puede cuestionar que su metáfora política es por momentos bastante evidente, que el personaje femenino de Jazmín Stuart carece de fuerza o que sobre el final, la construcción heroica de Daniel Hendler no resulta del todo convincente. En todo caso son detalles que pueden ser obviados por el placer que genera su primera hora narrada maravillosamente, sus toques de humor truculentos con timming perfecto o unas actuaciones que entendieron la clave del film. Fase 7 es una muy buena propuesta, y sólo resta esperar cómo le va con el público para saber si este momento del cine de género en la Argentina -si sumamos Sudor frío- es apenas eso, un instante, o se consolida como una posibilidad a tener en cuenta.