Un creador capaz de contagiar su pasión.
Homenaje riguroso y sentido a la expresión artística de uno de los grandes realizadores argentinos, el documental de Venturini incluye valiosos testimonios de algunos de los colaboradores más cercanos de Favio y también fragmentos selectos de todos sus films.
Sería estéril, absurdo incluso, seguir discutiendo si Leonardo Favio es o no es el más importante director argentino de todos los tiempos. Lo indiscutible es que su obra, tan escasa como singular, es una de las más potentes y originales que haya dado el cine latinoamericano. Si su carrera paralela como cantante lo acercaba a las masas (particularmente, las femeninas, aunque sin excluir a nadie), sus primeros tres largometrajes definieron a un verdadero autor cinematográfico que, sin embargo, siempre filmó con la intención de apasionar a las mayorías. Luego de Juan Moreira y Nazareno Cruz y el lobo, dos de los mayores éxitos comerciales en la historia del cine nacional, y de Soñar, soñar llegaría el exilio por partido doble, de la Argentina y del cine. Diecisiete años más tarde volvería a ponerse detrás de una cámara con Gatica, el mono, regreso triunfal que demostraba, como un oasis en medio del desierto, el lamentable estado general del cine argentino de aquellos años. Algunas ediciones del Bafici atrás, Pablo Trapero desempolvó algunas imágenes de Favio dirigiendo a Edgardo Nieva a los gritos, pidiéndole que deje todo, alma y vida, en la escena que están rodando.
Esa misma pasión parece habérsele contagiado a Alejandro Venturini a la hora de imaginar Favio: crónica de un director, cuyo origen es una entrevista que el cineasta mantuvo con el futuro documentalista en el año 2009, con la intención de ser publicada en un sitio web que nunca se materializó. Entrevista sonora, sin imágenes, donde el hombre del eterno pañuelo se despacha a gusto sobre los goces y dolores de hacer cine. Por aquel entonces Favio –que había estrenado hacía poco la versión musical del Aniceto– ya estaba enfermo, pero sus ansias seguían intactas. Alrededor de ese audio, Venturini orquesta un documental tradicional que hace las veces de homenaje y puede funcionar como puerta de entrada para aquellos que desconozcan su filmografía. Para ello, además de la voz del director de Crónica de un niño solo, aportan recuerdos, semblanzas y anécdotas de rodaje algunos de sus colaboradores y amigos más cercanos. Comenzando por su propio hermano –y guionista de muchos de sus films–, Jorge Zuhair Jury, gran narrador de remembranzas de timbre poético.
“Era un pueblito extraño. Muy extraño. Medieval”. Así describe Jury a Luján de Cuyo, donde se crió junto a Favio y su medio hermano Horacio Labraña (quien también participa de la película), en una humilde casa de adobe, punto de inicio de este viaje semi cronológico. No todas las participaciones resultan tan emotivas o relevantes: las palabras de personalidades como Graciela Borges, Eliseo Subiela, Juan José Stagnaro o del propio Nieva rememoran situaciones delante y detrás de las cámaras que van de lo meramente anecdótico a lo intensamente iluminador. Por su parte, algunos colaboradores no tan reconocidos por el gran público –músicos y asistentes de dirección, entre otros– ofrecen un punto de vista en apariencia más técnico. Aunque que la técnica, en el cine, está íntimamente ligada a lo artístico. Las declaraciones obtenidas en esas entrevistas en estricto formato “cabeza parlante” parecen haber forzado a Venturini a organizar en parte el material y, por momentos, puede sentirse un cierto desequilibrio.
Por caso, el tiempo dedicado a la realización de Aniceto (2008) duplica al que el documental le obsequia a El romance del Aniceto y la Francisca. El segmento enfocado en Crónica de un niño solo, por otro lado, parece quizá demasiado escueto, aunque la breve aparición de su protagonista (Diego Puente) en tiempo presente es uno de los hallazgos del documental. “El conocía lo que se sufre, la aislación, las ganas de libertad”, afirma en un pasaje particularmente emotivo. El regreso al cine con Gatica y, más tarde, con ese manifiesto de amor justicialista llamado Perón, sinfonía del sentimiento ocupa justificadamente la última media hora del film. Homenaje riguroso y sentido a la expresión artística de uno de los grandes realizadores argentinos, los fragmentos de los films de Favio incluidos demuestran indirecta y vergonzosamente el lamentable estado de conservación de títulos relativamente recientes. No es culpa de Venturini: por más empeño que pusiera, no hay mejores copias. La filmografía de Favio pide a gritos su restauración a partir de los negativos originales con la mejor tecnología disponible hoy en día.