Leonardo Favio revive en retrato que mucho abarca
En la pared de su oficinita de calle Pasteur, Leonardo Favio tenía un pequeño nicho con una vela encendida. Ahí estaban la Virgen de Luján, una foto de Evita y otra de un pibe en cueros, cruzando un baldío. "Ese es el Negro Cacerola, un amigo de infancia, que la madre nos daba pan con uvas", explicaba Leonardo Favio. Este sábado se cumplirán ya cuatro años de su muerte. Pocos meses antes Alejandro Venturini, joven cineasta, pudo conversar largamente con él, y grabar su voz, todavía llena de ternura. Ese es uno de los pilares de este rico documental sobre el artista mendocino.
Otros pilares los proporcionan sus allegados de toda la vida, y sus colaboradores ocasionales. Hermosa, la pintura de infancia en Las Catitas y Luján de Cuyo, contada por Favio, sus hermanos Zuhair Jury, coguionista (que merece su propia película), y Horacio Labraña, productor, y los amigos Domingo Sarmiento y Luis Ferrando. Bastante acertada, la decisión de exponerlo todo con un sentido asociativo, más que cronológico. Muy lindos los momentos en que Diego Puente, Juanjo Camero, Graciela Borges y Natalia Pelayo alternan con sus propios personajes, y vuelven a vivirlos. Y muy informativos, e instructivos, los aportes de tantos compositores, directores de fotografía, etc.
Pero, ya lo dice el refrán, "quien mucho abarca poco aprieta". Ese es el punto débil de este documental, que hubiera sido antológico de haberse concentrado sólo en algunos de los muchos aspectos que toca. Las dos horas que dura no le alcanzan para una exposición pareja y más profunda, y quedan afuera muchas cosas y unas cuantas personas cuya ausencia llama la atención. Igual vale la pena. Pero ahora, con lo que seguramente le sobró, sería ideal que Venturini pudiera hacer una miniserie.