Favula es una de las películas más hermosas y singulares de los últimos años. ¿De dónde proviene? ¿Quién puede haber filmado algo semejante sin haber estudiado cine en la luna o en Júpiter? Ituizaingó, localidad no muy lejana de la ciudad de Buenos Aires, referencia territorial obligatoria de prácticamente todos los títulos del director, aquí está ausente, quizás porque la inspiración original proviene de un cuento africano anónimo. ¿Su lugar es entonces una selva africana?
Favula, Raúl Perrone, Argentina, 2014
Digamos que Favula fue rodada en un país llamado cine. Su director, el verdadero padre del cine independiente del sur, decidió reinventarse después de realizar más de 30 películas. Sus dos trabajos precedentes ya eran una advertencia (Las pibas y P3nd3jo5, el primero un retrato lúcido sobre el universo laboral, y el segundo una cumbia-ópera en donde los skaters devenían fantasmas crucificados por un sistema social que los expulsaba) que anunciaba este nuevo período de Perrone. P3nd3jo5 era una película notable, de esas que un cineasta hace una vez en su vida y luego no sabe cómo superar. Pero Perrone no dejó pasar ni un minuto y decidió aventurarse en una tierra desconocida.
Dos hermanos, una joven hermosa, un militar, una bruja y un hombre que puede ser su marido. Estos personajes deambulan por la selva, aunque en ciertas ocasiones la acción tiene lugar en una casa inhóspita. Nada sucederá, excepto un acto escandaloso: la joven será vendida. ¿Una economía salvaje? ¿Un guiño indirecto sobre la “popularidad” de la trata de blancas en las zonas marginales de Argentina? Hay algo siniestro, secretamente sombrío en este mundo entre paradisíaco y mágico, y nada tiene que ver con la presencia amenazante de un tigre que aparece cada tanto.
El minimalismo narrativo y los escasos diálogos pronunciados en una lengua inexistente tienen su contrapartida en un maximalismo formal notable: los sonidos de la selva, la lluvia y los relámpagos se yuxtaponen a una banda de sonido musical, lo que estimula una forma de escuchar en el cine cercana al encantamiento; los fundidos entre las figuras humanas y el ecosistema elegido trastocan las proporciones habituales y las simetrías naturales, y reenvían ese orden visible a un universo onírico y mítico jamás visto.
Tal vez se trata de un regreso al cine “primitivo” para reencontrarse con la inspiración originaria de los viejos maestros que supieron esculpir una gramática. Pero no se trata de un gesto retro o de una complaciente cita cinéfila. Perrone se apropia del pasado del cine para relanzarlo en el siglo XXI y evitar así, con la ayuda de los ancestros, circunscribir el placer perceptivo en una sala al hiperrealismo anabólico del 3D.