Otra fábula edípica
Realizado con un asombroso virtuosismo visual, el documental Felinos de Africa (African Cats: Kingdom of Courage, 2011) aborda el vínculo de los niños con sus padres, casi nunca idílico. Un territorio que históricamente obsesiona a Disney.
Bellísimamente filmada, la película de Alastair Fothergill y Keith Scholey muestra las vivencias de un grupo de leones, tigres y guepardos. Cada uno de ellos con sus “dramas”, palabra que señala el espíritu del relato, que prácticamente no deja una secuencia sin humanizar a estas preciosas criaturas. Por lo tanto, la ampulosa voz en off subraya lo que la imagen propone, con frases como “Para Mara es el mejor papá del mundo”. Pero Mara y papá son animales, váyase a saber en qué registro civil inscriben sus identidades.
Es claro que el film intenta acercar la vida salvaje de estos felinos a los niños, y es preciso hacer una lectura de esta intención, a priori noble. El problema es cómo lo hace, y cierto es que el relato en off resulta por momentos exasperante, más repetitivo que algunos de los tópicos de la película: la lucha por el alimento y el territorio, la constante amenaza de las hienas, la escasez de agua.
Uno de los logros del film es cómo retrata la caza de las presas, con la contundencia que el tema necesita, pero con la discreción pertinente. Apenas comienza Felinos de Africa hay una persecución y su posterior banquete. La banda sonora complementa la toma en cámara lenta, capaz de reflejar en pantalla un momento crucial de la vida salvaje.
Hay una coherencia temática que se sostiene, pero esa misma coherencia pone en evidencia la manipulación que el relato hace de los ciclos de vida de los felinos. Desde un plano más abstracto, no hubiera sido imprudente que el encanto de las secuencias sea autosuficiente, más allá de lo argumental. Pero esa es otra película. Aquí, en cambio, hay una suerte de novela familiar que reanima el espíritu más clásico de su productora, con los ejemplos de Bambi (1942) y El rey león (The Lion king, 1994) a la cabeza. Se trata del poder despótico de algunos padres, el rechazo de los familiares a las madres “distraídas”, la búsqueda por una identidad vincular que necesariamente remite al Edipo freudiano. ¿Sirve esta premisa para capturar la atención de un público que necesita relacionarse con el material desde una mirada pedagógica y educativa? Queda en los padres, que llevan nombre propio y son los que pagan la entrada.