Madre hay una sola
Desde hace seis décadas, los estudios Disney han sorprendido a los públicos de todo el mundo con una serie de documentales sobre la vida de los animales silvestres. Desde "El desierto viviente" o "El ártico salvaje" hasta este estreno, los técnicos y los artistas se han preocupado no sólo por registrar minuciosamente todos los aspectos de la vida cotidiana de las distintas especies, sino de realizar una titánica tarea de montaje para presentar todo ese material en función de una historia más o menos dramática, con lo que el impacto sobre los espectadores queda asegurado. No es tarea fácil, por cierto, y desde siempre, se les ha criticado a los guionistas una tendencia a "humanizar" las relaciones, los conflictos y la interacción entre los animales, con la consiguiente pérdida del propio carácter de éstos. Lo que no debe perderse de vista, en todos los casos, es la calidad técnica que muestran estos productos.
En esta oportunidad, el relato se articula alrededor de una guepardo hembra y sus cachorros, y de una joven leona que pierde a su madre y debe luchar para ser readmitida en la manada. Guiados por la voz de un relator, los espectadores asisten a un registro deslumbrante de los más mínimos detalles de la vida y de la diaria lucha por la subsistencia de cada uno de estos animales. Si bien los guionistas no han evitado las violentas escenas de caza, es cierto que el admirable montaje de las escenas suaviza las imágenes más fuertes. El uso de la música resulta apropiado para subrayar el carácter de cada una de las escenas, aunque (como suele suceder en este tipo de películas) en algunos casos parece demasiado obvia y descriptiva.
La fotografía es excelente, y hay que resaltar el ímprobo trabajo que supone lograr las sorprendentes tomas que se proyectan a lo largo de una hora y media de relato. También debe señalarse que el ritmo de la narración decae sobre la mitad del filme y la trama se vuelve reiterativa hacia el final, sin que esto le reste méritos a la producción.