Culebrón salvaje
La conciencia ecológica se ha instalado fuertemente, y de manera especial en el universo infantil y adolescente. Se entiende, de esta forma, que los jóvenes son el sector al que hay que apuntar, mentes frescas y abiertas que, por otro lado, puedan incorporar el discurso de una manera militante y ser quienes modifiquen el marco social de aquí al futuro. Y la industria cinematográfica, en este sentido, ha sabido absorber esta movida: se dice que para apuntalar este pedido de conciencia, aunque uno estima que hay detrás de esto un filón comercial. Que lo ecológico es, también, un gran comercio que incentiva a su manera el consumo de productos alternativos. Para el cine, el soporte ideal ha sido el documental de observación del mundo animal. Aunque esto no sea tan así: si uno mira con detalle, lo documental está dado por la captura de imágenes reales del mundo animal, pero a esto se le agrega siempre una narración, manipulada por medio del montaje, y una humanización de las especies y razas en pos de construir un cuentito que contenga los elementos básicos: un comienzo, un nudo y un desenlace; sus héroes y sus villanos. En el peor de los casos, nos encontramos con una historia didáctica y aleccionadora; y en el mejor, con una aventura más o menos entretenida, si uno logra dejar de lado las voces en off o la humanización exacerbada de los animales. Ya hemos visto pingüinos, peces, suricatas y demás especies, y ahora es el turno de los leones, leopardos, chitas y otros felinos africanos.
Felinos de Africa es un nuevo producto por el estilo a cargo de la Disney, que reúne varios de los elementos negativos señalados anteriormente, pero que a su favor tiene una autoconciencia sobre el tratamiento que hace de las herramientas en juego, que la tornan, al menos, una película honesta y hasta divertida. Básicamente, este documental de Alastair Fothergill y Keith Scholey cuenta la historia de tres especies de felinos africanos y las formas de subsistencia que van encontrando en la dura vida en la sabana: la hija de una leona herida llamada Mara, una hembra guepardo apodada Sita, y el león Kali sufriendo su destierro de la tribu y a la vez intentando retomar su lugar como rey absoluto. El film incurre en subrayados innecesarios, como el hecho de reforzar constantemente el valor ético y moral de una madre y de un padre, en su intento por proteger a los suyos. Bajada de línea típica de este tipo de trabajos, donde lo que se intenta es, por elevación, terminar hablando de nosotros, los humanos, la familia y la construcción de un tipo de sociedad con sus valores bien definidos. Incluso Felinos de Africa no tiene, en comparación con La marcha de los pingüinos, Océanos o La familia suricata -por poner ejemplos recientes y reconocibles- demasiadas imágenes impactantes u originales, aquellas que son precisamente las que justifican lo documental: lo africano ya está visto tanto en la televisión como en el cine. En contrapartida, el film pone mayor énfasis en lo narrativo, en el trabajo con el montaje y en la construcción de personajes, y contra lo que uno puede pensar, encuentra ahí sus mejores momentos.
Como ocurriera con La familia suricata, que se convertía en una especie de mockumentary farsesco, el tratamiento en Felinos de Africa hace parecer todo a una tragedia shakespereana, con sus reyes, sus traiciones, sus vínculos parterno-filiales, pero con el tono de un culebrón televisivo brasileño con tintes étnicos, onda El clon. Un poco berreta, con una música estridente que remarca cada sentimiento casi paródicamente, incluso los realizadores se dan cuenta de que el formato documental ficcionalizado del mundo animal no resiste ya mayor análisis y se dedican durante los créditos finales a bromear con la funcionalidad de cada especie durante el rodaje, incluso a fantasear con el destino de cada personaje. Esto, que podría ser demasiado artificioso termina generando un efecto de empatía con el film, por medio del cual aceptamos que se nos acaba de contar un cuentito de supervivencia, que se nos ha falseado información en pos de la aventura y el relato. Esa capacidad de tomarse a la chacota es lo que termina alejando a Felinos de Africa del didactismo aburrido y lo que la acerca, ligeramente, al cine.