Almas juguetonas
Es una historia de amor sutil, que conmueve sin apelar a golpes bajos ni sentimentalismos.
Con la cantidad de romances que el cine ha contado a través de los años, es milagroso que todavía haya historias de amor capaces de conmovernos y sorprendernos. Félix y Meira lo consigue manteniéndose lejos del melodrama, sin apelar a sentimentalismos, golpes bajos o heroísmos inverosímiles, recursos a los que el argumento podría haber llevado fácilmente.
Meira (Hadas Yaron, vista en un papel parecido en La esposa prometida), una joven madre y esposa, ya no se siente cómoda viviendo según los estrictos preceptos religiosos de la comunidad judía ortodoxa de Montreal, y no sabe muy bien cómo salir de ese universo, el único que conoce. Está en ese trance cuando encuentra a Félix (Martin Dubreuil), un gentil en pleno duelo por la muerte de un padre con el que nunca tuvo afinidad. Son dos inadaptados a dos mundos patriarcales, dos solitarios que rompen los moldes del deber ser.
Es una lástima que llegue tan poco cine canadiense (y específicamente de la región de Quebec) a la Argentina: a nombres ilustres como los de Denys Arcand (Las invasiones bárbaras) o Xavier Dolan (Mommy) ahora hay que agregar el de Maxime Giroux. En este, su tercer largometraje, muestra una envidiable economía narrativa: no requiere de diálogos explicativos ni situaciones extremas para contar el desarrollo de este amor, y aun así no cae en el sopor de cierto cine contemplativo. Todo se desenvuelve con sutileza, ternura y humor.
La clave de la película es que tiene un alma juguetona. En ese sentido, la música juega un papel fundamental: no podía faltar Leonard Cohen, pero también hay hallazgos, como Cosi Veloce, de Jonathan Richman, la soulera kitsch Wendy Rene, y un increíble video de Rosetta Tharpe, pionera del gospel, que redondean el espíritu dulce y tristón de Félix y Meira.