Que se puede esperar de una segunda parte cuando la primera rozaba la regularidad, dicho esto desde la benevolencia absoluta. Pues bien, en este sentido no defrauda, en este recorrido de la trama es que se intenta mezclar los géneros, por un lado el drama nuestro de cada día, el terror sobre la propia muerte, por otro la comedia en la que toda la estructura quiere sostenerse para darle un aire de parodia. Ahora con añadidos.
Nada de esto se logra, los estereotipos están a la orden del día, los mismos de la primera con agregados del orden de lo insoportable, los lugares comunes los adornan y, como debe suceder en un filme secuela, un cierre que intenta mostrarse diferente para la apertura de la siguiente, en este caso en formato de investigación científica con incumbencia del estado.
Dos años después de los eventos acaecidos en la primera película, Tree Gelbman (Jessica Rothe) vuelve a entrar en el bucle temporal para descubrir el motivo por el cual accedió a él, en primer lugar. También debe hacer frente a Lori, su ex mejor amiga, que tras resucitar a causa del bucle ha vuelto sedienta de venganza.
Pero no es la única, en realidad no deja de ser una víctima de su propia inoperancia, aparecen otros involucrados en este “hechizo del tiempo”, que se parece a una cinta de Moebius, queriendo fundamentar este derrape de celuloide desde lo científico, incluyendo al género del terror, la comedia y el drama cotidiano que ya estaban en la primera, la ciencia ficción, todo de muy mala manera, no hay un lineamiento coherente que pueda amalgamar todas esas vueltas de tuerca.
Eso si repite las buena actuaciones, sobre todo la de la protagonista, en este caso no hay nunca sensación de sobreactuado.
Secuela de la estrenada en 2017, no espere otra cosa. Nada es novedoso, sumándole a que todo es excesivamente previsible, el filme fastidia.