Feliz Día de tu Muerte 2
El Mito de Sísifo responde al personaje de la mitología griega obligado a empujar una piedra cuesta arriba por una montaña, piedra que antes de llegar a la cima volvía a rodar hacia abajo, repitiéndose una y otra vez el frustrante y absurdo proceso.
Por un lado uno siente que Christopher Landon, guionista y director de este film, trata de convencernos de que los orígenes de este universo narrativo tienen más que ver con la mitología griega y menos con El Día de la Marmota de Danny Rubin y Harold Ramis. Pero no es sino hasta que profundizamos en los vericuetos de la historia, y su teoría de los universos paralelos, que nos percatamos que son dos miradas distintas sobre el mismo universo y con los mismos personajes.
Pasándolo en limpio: si la primera era El Día de la Marmota en clave de Slasher, esta secuela es El Mito de Sísifo aplicado al slasher… pero hasta ahí nomás.
Decimos “hasta ahí” porque Feliz Día de tu Muerte 2 no tarda mucho en hacer a un lado el slasher establecido en la película anterior, haciendo un énfasis mayor en los momentos de comedia y de drama. El personaje se equivoca, muere a manos del asesino y repite el día, pero tras cada muerte el encuentro con el asesino se produce más como una necesidad para concluir las secuencias y menos como un clímax satisfactorio, a tal punto que disfrutamos más cosas como la protagonista tirándose en bikini sin paracaídas que el descubrimiento de quién es el asesino en esta nueva entrega.
Si tuviésemos que medir Feliz Día de tu Muerte 2 por cómo funciona en cuanto a ser un slasher, desaprobaría. Sin embargo la protagonista encuentra a lo largo de su camino opciones irreconciliables que la obligan a entender por qué ciertas desgracias terminan moldeando nuestro carácter para bien. Esa dirección emocional es lo que hace a la protagonista querible y a la película disfrutable, salvo un desenlace que alarga demasiado su bienvenida.
Podríamos decir que es un guion desordenado que abandona sus códigos con mucha facilidad. Pero el relato fluye, y mucho de eso tiene que ver con el carisma de Jessica Rothe, una actriz que -como en la original- tiene un cambio de registro admirable. Pasa de un crispado histrionismo en las escenas cómicas a adoptar una penetrante angustia en las escenas dramáticas. Si la película queda en la memoria del espectador, no cometamos errores: ella es un factor decisivo.