Un rubio perdido en el campo
Participante de la sección Generation, en la última edición de la Berlinale (la misma en la que compitieron las argentinas Atlántida y Ciencias Naturales), Feriado transcurre en un inmutable universo rural, hecho de hacendados y sirvientes.
“Sos raro. Parecés... argentino”, duda La Flaca ante Juampi, que, con su cabello rubio y su piel pálida tiene una pinta de gringo que se cae. El chiste es que Juan Manuel Arregui, el actor que hace de Juampi, es argentino. Lo que no resulta tan gracioso es el forzamiento de su inclusión, “obligada” por esa cláusula de hierro que dicta que en toda coproducción haya al menos un actor de uno de los países intervinientes. Y como Feriado es coproducción entre Ecuador y Argentina, allí está Juan Manuel Arregui, cuya rubiez sólo se explica –en un ambiente en el que ni los miembros de la alta burguesía son rubios– por su condición de extranjero. Es verdad que el personaje de Juampi es un forastero en la zona rural del interior de Ecuador, donde transcurre casi toda la película. Pero un forastero venido de Quito, nomás. De todos modos, si de algo habla Feriado es del extrañamiento que vive Juampi allí. Un extrañamiento que, se irá viendo en el último tercio, excede a su condición de chico de ciudad.
Hay un mar de fondo que se percibe ya en las primeras escenas, cuando su mamá deposita a Juampi, que tendrá unos 16 o 17 años, en la hacienda del tío Jorge. Hay alguna nerviosa conversación telefónica, algún diálogo en voz baja, algún gesto de incomodidad en los adultos. El tío Jorge es uno de los dueños de un banco que está siendo investigado por maniobras fraudulentas, por lo cual se tomó unas “vacaciones” en su hacienda entre los cerros. “Por más que haya problemas vamos a festejar el carnaval como todos los años”, anuncia públicamente mientras su esposa se coloca la máscara. “Algunos me dieron la espalda”, dice enseguida mirando a la mamá de Juampi, que a la mañana siguiente partirá de vuelta a Quito, dejando al hijo allí, se supone que porque papá también tiene sus temas para resolver allá en la ciudad.
Silencioso y hierático, Juampi intenta mantenerse al margen de las pesadas jodas de sus primos (dignos hijos de papá, que en un momento encabeza un linchamiento a un chorrito de la zona), acercándose cada vez más a Juano, que trabaja en una gomería y tiene los brazos fuertes. Participante de la sección Generation, en la última edición de la Berlinale (la misma en la que compitieron las argentinas Atlántida y Ciencias Naturales), Feriado es una película correctamente filmada, narrada y actuada. Pero no llega a imprimir un sello propio. No queda del todo claro si lo que genera malestar en Juampi es su condición de forastero, la tendencia a la brutalidad y la ley del más macho que imperan en ese medio de hacendados y sirvientes, las oscuras relaciones familiares que no llega a develar o su diferencia en términos de elección sexual, que más que preexistir parece ir descubriendo al conocer a Juano.
El fondo se define con tonalidades igual de apasteladas. Con lo cual la figura del banquero, y todo lo que la rodea, queda apenas como apunte. Sumado a la abulia del protagonista, todo ello hace que se asista a Feriado sin sentirse nunca demasiado involucrado. La que sí es un descubrimiento es Manuela Merchán, dueña de una sonrisa única, entre juguetona y perversa, que incluye achinamiento de ojos. Y sonríe todo el tiempo.