Lo pobre, si obvio, dos veces pobre
Fermín cuenta la historia presente de un hombre mayor internado en un hospital neuropsiquiátrico público. Allí llegó años atrás, después de haber tenido una fuerte crisis producida por la muerte de su hijo a manos de la dictadura argentina. Pero la historia de Fermín (Luciano Cáceres / Héctor Alterio) es larga y tiene sus orígenes en la frustración del amor por una mujer que se fue con uno de sus amigos de la milonga. Sobrevendrá luego un matrimonio obligado (después de la pésima primera escena, no tenía más remedio que casarse). En el presente el hombre sólo habla pronunciando frases de tangos, y será un psiquiatra recién ingresado en el hospital quien intente resolver lo que esconde el encierro mental de ese hombre. En medio de ellos estará la nieta del viejo milonguero (Antonella Costa), que además de ser ella misma bailarina de tango se llama Eva.
Todo lo que imaginen que puede pasar en una película así descripta, pasará inevitablemente. En Fermín todo es obvio y de manual (pero de manual malo, donde todo se simplifica al extremo). El médico atormentado por la relación con su padre, el padre que descuida a su hijo (¡por leer ensayos marxistas!), la esposa desatendida por el hombre con quien se casó sólo a causa del embarazo, la dictadura como lugar para la “denuncia”, el director del hospital a quien nada le importan los enfermos, el hombre que menosprecia a su pareja y el tango exclusivamente puesto para vender el producto en el exterior. De este modo la película se despliega con el exclusivo propósito de cumplir consignas concretas que recorren tópicos sumamente trillados. La resolución, entendiendo todo el desarrollo dramático, es tan elemental y superficial como el resto de la trama.
Con la excepción de Emilio Disi, que construye un personaje con matices, sin estridencias y sin maniqueísmos, el resto de los recursos de la película, los actores, los encuadres, la iluminación e incluso los cuadros de baile incluidos con total arbitrariedad, demuestran la falta de capacidad tanto de los guionistas como de los realizadores para integrar la intención evidente (hacer una película vendible en los mercados internacionales) con el arte de la cinematografía.