El sensible y talentoso Andrés Di Tella nos regala un bello film que desdibuja los límites entre ficción y documental, y que toma como materia prima los recuerdos personales, las pruebas materiales de las historia de sus padres, aunada a una profunda reflexión sobre lo que nos queda de los muertos, lo que hacemos con esos girones de emociones y objetos materiales que nos restan. Logra así, una experiencia cinematográfica única que nos emociona profundamente porque está destinada a tocar las fibras más íntimas y “privadas” de cada espectador. El film comienza hablando de fotografías desechadas, de materiales tirados a la basura, de imágenes que nadie reclama, de fantasmas persistentes y anónimos y luego llega a convocar a los propios. Las cartas manuscritas leídas por alguien contemporáneo a las vidas de Torcuato y Kamala, el argentino y la hindú, los padres del director, protagonistas de una historias de amor, de viajes y de búsquedas, adquieren una emoción única en Edgardo Cozarinsky, pero también resuenan realmente apropiados en los dos actores: Denisse Groesman y Julian Larquier Tellarini. El propio realizador y su hija Lola están en el film, junto a esta re-creación de la vida de “papá y mamá”, aunados en la muerte y en la vida, distantes y presentes, hermosamente convocados en un film tan único como ellos.