Ficción privada es la nueva película de Andrés Di Tella que, a partir de las cartas de sus padres, piensa con inteligencia y emoción a su familia y al país. Estrena en Cine.Ar TV y Cine.Ar Play y luego va a Puentes de Cine.
¿Cómo se filma la memoria familiar? ¿Cómo se registra la historia de una vida, de un amor, de una pareja? Andrés Di Tella lo viene experimentando con su filmografía y parece llegar aquí al cierre de la trilogía que componen La televisión y yo y Fotografías.
Nunca es posible ofrecer una mirada cerrada sobre nada. Aunque lo intentemos. O creamos haberlo logrado. A la larga sabremos que siempre nos falta alguna pieza. Y Ficción privada es la muestra de ello: un ensayo autobiográfico. “Privada” como calidad de lo íntimo y familiar pero también como la falta de. Y no es azaroso que un documental elija llamarse “ficción”. Y no hay contradicción alguna. Todo es construcción. Y para ello, nada mejor que echar mano a las artes para que, desde el artificio, nos acerquemos a la verdad o a sus atisbos.
Las fotografías se pasean por la ciudad y hablan. Las imágenes cinematográficas vuelven y se actualizan o se duplican (la espera del tren desde el andén con el padre que nos ha engendrado y con el mentor elegido). Las cartas se leen entre padre e hija reales, pero también interpretadas por actores seleccionados (Denise Groesman y Julián Larquier Tellarini) o por el referido mentor (Edgardo Cozarinsky) en una evidente propuesta genealógica. Las palabras escritas se vuelven música y canción.
Di Tella, a partir de la muerte de su padre, Torcuato, entiende que un mundo se está perdiendo, se esfuma y que, como parte de ese mundo, la particular historia de amor de sus progenitores (su madre Kamala ha fallecido en 1994), incluso una parte de la de su propia familia, ya no tiene quién la recuerde (así como no puede descifrar en las diapositivas, que muestran a sus padres en diferentes viajes, ciertas referencias ya extraviadas definitivamente ) y, por lo tanto, sin partícipes directos poco falta para que el olvido se las trague.
Los mexicanos sostienen que sólo se muere aquel a quien se olvida. Y contra esa idea parece elaborar el director su película, como una especie de conjuro. Y ese movimiento íntimo y privado, que podría sospecharse de egoísta y ególatra, se expande por obra y gracia del cine y nos interpela, como simples mortales, a nosotros los espectadores y, a la vez, en un doble juego, construye (por la injerencia de su familia en la Historia nacional) una radiografía temporal de la Argentina.
Un pachtwork que de posmoderno sólo tiene la forma. Ya que a partir de la sumatoria de recursos intervinientes es que se arma el caleidoscopio final que, principalmente (y de aquí la necesidad de descartar lo posmo), no se niega al sentimiento como aglutinante, ni le escapa a la emoción genuina sin golpes bajos ni efectismos.
Retazos, jirones, un rompecabezas que sabemos con piezas perdidas y aún así no podemos no armar, es de lo que se compone esta Ficción privada que convoca fantasmas que no asustan porque son parte de nuestra propia vida y están ahí para acompañarnos en lo que resta.
Ficción privada es un forma de recuperar la vida que se fue, como una carta de amor de esas que ya no se escriben más. Y deberíamos.