El film comienza como una comedia delirante, con ambiciones existenciales, sobre los planes de un grupo de veinteañeros de Montevideo para un sábado a la noche: videojuegos, chat, música, cannabis de farmacia y una fiesta a la que nadie quiere ir. Verónica Dobrich y Lucas Demarco consiguen buena dinámica; el director Manuel Facal intenta establecer el tono, entre el absurdo y la sátira. Pero a medida que llegan los nuevos invitados la historia se convierte en una anécdota demasiado estirada.
El juego con géneros como el terror y la ciencia ficción no trasciende la superficialidad y la noche montevideana se abandona como una mala excusa. El humor aparece de a ratos y la película comete el peor de los pecados: volverse una comedia aburrida.