Desde Uruguay llega Fiesta Nibiru, escrita y dirigida por Manuel Facal. Comedia bizarra que mezcla extraterrestres, drogas y otros delirios.
A veces ir a una fiesta te puede salvar la vida. Cinco amigos, un departamento, un gato y mucha marihuana es la receta de los primeros quince minutos de Fiesta Nibiru, una comedia bizarra escrita y dirigida por Manuel Facal. La fórmula puede funcionar siempre y cuando las pretensiones no superen los resultados y, en este caso, al menos cumple con las expectativas.
Peetee y Galaxia están esperando a tres amigos para ir a la fiesta que da título al film, pero a último momento prefieren no ir. Mientras Peetee (Luciano Demarco) se la pasa chateando con amigos virtuales de diversas partes del mundo, Galaxia (Verónica Dobrich) juega a comunicarse a través de una aplicación con extraños de sitios remotos. Con la llegada de Zeba Zepam (Emanuel Sobré), XXX (la argentina Carla Quevedo) y Navajo (Alan Futterweit Paz) la fiesta arranca en el propio departamento. Sin embargo, un accidente casero y la aparición de una nave extraterrestre derivan en una serie de delirantes acontecimientos que incluyen intentos de violaciones y pizzas con corazones de pollo.
Con bastante creatividad para el diseño de efectos especiales y un elenco que acepta el juego absurdo que propone el director, Fiesta Nibiru sorprende por sus grotescas vueltas de tuerca aunque, en su ambición de contener demasiadas subtramas en menos de 75 minutos, algunas cosas sobran.
La película no se autoimpone límites visuales y tanto la estética seudo kitsch como la música de los sintetizadores le adjudican un tono retrofuturista que justifica ciertas limitaciones presupuestarias. Básicamente, los aspectos más berretas tienen coherencia con el resto de la propuesta. Mientras que algunas líneas narrativas terminan desperdiciadas, entre juegos de luces y trucas visuales, con referencias a cierto cine clase B de los años ’80.
El director abusa en la elección de alturas de planos (una mirada cenital que se agota) y desde el guion le da demasiado énfasis a una subtrama relacionada con pastillas “rufis” (las que se usan en caso de violaciones) que generan una serie de enredos que no llegan a buen puerto.
Es cierto que hay elementos que con un poco más de ambición podrían haber derivado en una comedia más ampulosa. Sin embargo queda la sensación que no había más pretensiones de ampliar el universo que propone la historia, y en ese sentido el resultado cumple con las expectativas que bien podría haber superado.
Después de recorrer numerosos festivales, la película de Manuel Facal llega a las salas comerciales buscando un público joven que quiera pasar un buen rato y disfrute de un delirio honesto y simple, con un elenco que se divierte con la propuesta y no mucho más. Si se tiene en cuenta que este tipo de estrenos son cada vez más escasos, el film es un verdadero platillo volador dentro de la cartelera.