Durante tres años, el director siguió las trayectorias de inmigrantes clandestinos en Calais, al norte de Francia, punto de partida para el cruce a Inglaterra a través del Canal de la Mancha. Sumergiendo al espectador en medio de un grupo de “sin papeles”. Figuras de guerra despierta emociones (y conmociones) profundas con el simple recurso de mostrar cómo se alimentan, cómo duermen, cómo se mueven sus protagonistas: básicamente, el transcurrir de esa no-vida que es la del clandestino. En una escena clave, George muestra a un grupo de hombres, reunido alrededor de una fogata, pasándose un tornillo al rojo vivo por todos los dedos de las manos. Esa mutilación tiene como objetivo borrar sus huellas digitales, para que así no pueda ficharlos la policía. Pero el gesto de violencia física también sugiere el dramático precio moral que los ilegales deben pagar para salvar sus vidas: perder nada menos que su identidad.