El Otro es el enemigo, la amenaza, incluso ya no en un frente de batalla preciso sino en el imaginario paranoico nacionalista en donde el Otro es quien penetra el territorio y trastoca el bienestar de una nación. Es ésta una dimensión contemporánea de la guerra. Tesis de un cineasta: “un sujeto es profundamente irreductible a las representaciones sociales y raciales que se hacen de él”. Esa declaración escrita en una carta tan bella como extensa que Sylvain George envió para compensar su ausencia el día que le tocaba recibir su premio a la mejor película en la última edición del BAFICI, en abril de 2011, es una síntesis de su extraordinario film Que descansen en la revuelta (Figuras de guerra) (2010), cuyo tema en clave documental denuncia la impunidad de los poderosos. George, después de tres años de trabajo de registro, filma la vida de los inmigrantes africanos que intentan cruzar el Canal de la Mancha desde Calais para llegar a Inglaterra. La cámara de George “viaja” con ellos. Los vemos bañarse, cantar, huir, dormir, comer, reír, aunque la secuencia imborrable es aquella en donde estos hombres, que viven en la desesperación, se queman las huellas digitales para no ser identificados por los sistemas informáticos de la policía francesa. George, que durante todo el film propone una dialéctica entre la naturaleza, los animales y los hombres, reinventa el documental y expone un campo de batalla preciso aunque no reconocido como tal.
Imponente documental sobre la vida de inmigrantes africanos en Francia y Gran Bretaña. En este se ven reflejados los relatos de sobrevivientes sobre la huida discriminada por buscar mejores formas de vida ante la falta de sustento, trabajo, alimentación y educación. Una realidad universal, fronteras que funcionan como filtros de vidas que van quedando retenidas en caminos sinuosos, vidas de hombres que se refuerzan al seguir manteniéndose en pie, padeciendo una carrera por sobrevivir....
Aquí se aborda la problemática de la inmigración en los países europeos, con una mirada crítica a las leyes que se están llevando a cabo- sobre todo en Francia- comentada directamente por sus protagonistas (y afectados). Es una virtud de George, el saber pasar desapercibido entre tanto testimonio y registro. Pero el montaje y la elección de los planos, ponen de manifiesto el tratamiento y el tono que el director quiere imprimir a su película...
Sylvain George se instaló durante tres años en Calais para dar cuenta de las políticas migratorias en Europa, un problema crucial de nuestro tiempo. El resultado no es de ningún modo periodístico, el director se niega a hacer el menor comentario y las personas filmadas permanecen la mayor parte del tiempo en silencio. En verdad, no necesitamos que digan que no son felices en ese estado intermedio entre la vida y la muerte porque la simple descripción de su cotidianeidad lo vuelve evidente. En la extensa primera parte de la película no ocurre nada extraordinario: es el tiempo de la espera, el director teje relaciones sólidas de confianza y respeto con los inmigrantes para tener tiempo de mostrar plenamente quienes son. La película se divide en secuencias autónomas que no se conectan según la cronología sino mediante correspondencias entre imágenes, motivos, situaciones y personas. El director no pretende construir ningún discurso y deja resonar libremente estos segmentos de vida y mundo. Sin embargo, no se nos presenta una realidad bruta, las imágenes están trabajadas. Las aceleraciones, los cortes bruscos, los juegos con las luz y las sobreimpresiones introducen una distancia entre nuestra mirada y lo que se filma. Luego de la descripción de la espera diaria de los inmigrantes tiene lugar la expulsión por las fuerzas del orden con una larga secuencia muy fuerte y movilizadora. Las palabras toman protagonismo entre la policía que ejecuta las órdenes y los franceses solidarios con los inmigrantes que intentan impedir la masacre. La brutalidad de las detenciones, su rapidez y su carácter definitivo, no dejan lugar a dudas sobre la política de estado francesa y británica. La cuestión candente sobre la suerte de los inmigrantes permanece intacta. Tras la batalla, luego del desalojo, el director se toma su tiempo para filmar los lugares vacíos, dejando que resuene la injusta ausencia. Pero Sylvain George no concluye su película con el fracaso de la tentativa que describió pacientemente y se acerca a otros inmigrantes que esperan mejor suerte que sus antecesores. La historia sigue, queda abierta y nos pide que actuemos de manera urgente para que no se repita.
Las otras postales del Primer Mundo El documental de Sylvain George (premiado en el BAFICI 2011 como la Mejor Película de la Competencia Internacional) es un áspero y riguroso testimonio sobre la inmigración que elude el didactismo y aleccionamiento. Con Figuras de guerra, (Qu'ils reposent en révolte (Des figures des guerres), 2011) el cineasta y activista político Sylvain George entrega un documental político puro y duro, aunque la política en su sentido más institucional aparezca con fuerza recién hacia el tramo final. En blanco y negro se despliegan una variedad de secuencias que capturan las tristes experiencias de vida de un grupo de inmigrantes ilegales en el norte de Francia. Provenientes de África, buscan cruzar el Canal de la Mancha para llegar a Inglaterra. Alejado del formato televisivo, George evita en la mayor parte del metraje al testimonio directo a cámara, centrándose en las acciones más elementales del ser humano (comer, dormir, refugiarse, etc.). Los fundidos en negro le dan a su documental un sesgo episódico, tensando la espera que para estos hombres resulta abrumadora. Esa sensación de hastío y de no pertenencia es transmitida de forma efectiva, y si tenemos en cuenta las dos horas y media de duración de la película, estamos frente a un riguroso material audiovisual no apto para todos los públicos. Una propuesta visceral que deja oír las “otras voces” del Primer Mundo, con algunos momentos de una validez testimonial enorme, como aquel en el que se queman los dedos con un tornillo caliente para borrar sus huellas digitales. Una dura imagen de nuestra contemporaneidad. Pese a esa aspereza que se sostiene desde el trabajo formal, el realizador recupera lo más esencial del ser humano mostrando su negación. En el ocultamiento de la identidad, se encuentra la imagen más conmovedora de Figuras de guerra; casi un llamado a la reflexión mirada desde una óptica humana, construida sobre la base de un permanente estado de emergencia. En ese sentido, el documental aborda desde el registro cinematográfico dos conceptos que la filosofía moderna se ha venido replanteando desde hace algunos años: el campo de concentración como nomos de lo moderno (central en Giorgio Agamben), es decir, la continuidad de los mecanismos que posibilitaron Auschwitz pero en la contemporaneidad, institucionalizados bajo nuevos preceptos. Y la idea de “no lugar”, en el sentido de un lugar sin pertenencia ni marcas de individuación, los espacios en donde estas comunidades luchan para encontrar un sentido a sus existencias. Figuras de guerra es, en resumen, un trabajo de notable solidez formal en donde conviven lo político y el detallismo, que, a tono con varias ficciones francesas de los últimos años, cuestiona los mecanismos de poder del Estado y el aberrante sistema de represión a las corrientes inmigratorias.
Los condenados de la Tierra Sin palabras ajenas a los personajes que aborda, Sylvain George -realizador, filósofo, activista político- hace “hablar” enfáticamente a cada plano de Figuras de guerra . Este documental/ensayo/poema, en el que siguió durante casi cuatro años a inmigrantes clandestinos en Calais, Francia, se centra en fantasmas. En seres invisibles que intentan entrar en un mundo menos brutal que el propio. Aunque, para ellos, lo de menos brutal sea discutible. “Ni vivo ni muerto. Ni animal ni hombre”. Así se siente uno de los inmigrantes que quieren cruzar a Inglaterra. El blanco y negro granulado, del fílmico en 16 mm, retrata ese limbo frente al Canal de la Mancha. Durante dos horas y media, desde dentro de estos grupos, las imágenes nos arrastran a través de varios niveles sin lugar ni tiempo: la vida cotidiana callejera, la huida de la policía de Sarkozy y de razzias de fuerzas de deportación. La guerra que no solemos ver, al borde del sistema. George utiliza contrapuntos y contrastes: entre carteles publicitarios que prometen felicidad consumista y pintadas de odio; entre alguna familia burguesa que pasa en bicicleta y “los ilegales” que se trepan de polizones a la base de un camión cualquiera; entre esas grúas industriales y los refugios prefabricados que las grúas muerden, levantan y destrozan sin piedad; entre un cartel que prohibe la caza y estas cacerías humanas. La cámara se desliza por manos precozmente erosionadas. Difícil olvidar la secuencia, tan natural, en la que los inmigrantes mutilan las yemas de sus dedos con hojas de afeitar y tornillos al rojo vivo, para que ocultar (perder) la identidad. “Si pudiera cortarme las manos y cambiarlas, lo haría”. Una medida de la desesperación, de la pérdida de la condición humana. Con Recursos humanos , de Laurent Cantet, ganadora del BAFICI 2000, y Figuras..., ganadora del BAFICI 2011, se podría trazar un mapa, interno y externo, de sueños rotos, heridas y martirios de los expulsados del capitalismo.
En una escena que queda grabada por su significativa elocuencia (y no porque el film busque subrayarla), se ve a varios migrantes que con tornillos calentados al rojo vivo u hojas de afeitar se mutilan los dedos para borrar de ellos todo rastro de huellas digitales. Alguno lo hace mientras esboza una triste sonrisa, como admitiendo que no hay otro remedio y que ese doloroso ritual ("les decimos que es una tradición en nuestros países") es, también, otra manera de resistir: con la identidad suprimida ya no será posible que los incorporen a los ficheros europeos. Para Sylvain George, la problemática de la inmigración es una de las cuestiones más cruciales que atraviesa el mundo contemporáneo. A ella y a las movilizaciones sociales viene dedicándose desde su debut en el cine. Entre julio de 2007 y enero de 2010, este francés de 44 años proveniente de la filosofía y el trabajo social estuvo en Calais, en sus muelles, terminales ferroviarias, rutas y parques donde los inmigrantes clandestinos venidos de Asia y Africa sobreviven al acoso de la policía mientras esperan la oportunidad de colarse en un barco o en un camión que los lleve del otro lado del Canal de la Mancha. Observó su aventura cotidiana, convivió con ellos, escuchó sus historias, cada una un calvario diferente; miró sus fotos, supo de las dramáticas peripecias de sus viajes, los vio esperar escondidos en la fronda a la espera de un camión o en la oscuridad del puerto, cerca de un barco próximo a partir, pero también los vio bañarse en alguna soleada tarde de verano y los escuchó cantar en torno de un brasero. Toda la primera parte del film está hecha de esas estampas, imágenes que mezclan tiempos y espacios, que ocasionalmente recogen algún testimonio o un diálogo sin comentario adicional y que a ratos -en el contraste del blanco y negro granuloso y el aparentemente desordenado montaje- sugieren una suerte de desgarrador poema visual sobre el dolor humano, una denuncia que no necesita palabras para componer el retrato de estos parias de Occidente: "Ni del todo vivos ni del todo muertos, ni del todo humanos, ni del todo animales. Entre los dos", dice uno de ellos. La segunda parte, en cambio, está centrada en el desmantelamiento de "la jungla" de Calais, donde se habían instalado los refugiados y recibían la ayuda de organizaciones sociales. La violencia del Estado se manifiesta entonces: el tratamiento de la problemática migratoria en Francia y en toda Europa queda al descubierto y muestra su cara más violenta. Nada pueden hacer los militantes sociales para detenerla -apenas convencer a algunos refugiados de escapar a tiempo-, mucho menos para evitar la derrota. ¿Qué queda? Lo que George se propuso: dar testimonio de la realidad presente con miras a encarar una transformación de las políticas actuales, a corto, medio y largo plazo. Y un film que será difícil de olvidar.
Unico y singular La escena tiene lugar en un elegante parque público de una civilizadísima ciudad europea, pero la cámara se comporta como un cazador furtivo en medio de la selva. Espía entre los arbustos, entrevé figuras borrosas entre los matorrales, toma imágenes bruscas, incompletas. Alguien se esconde y observa, otros se hacen los distraídos al fondo del cuadro, unos policías bajan de un patrullero, de pronto unos se largan a correr y otros los capturan, como zorros y liebres. Filmada en un digital “sucio” y el más contrastado blanco y negro, Figuras de guerra procede, en relación con lo real, del mismo modo que sus protagonistas, migrantes indocumentados que, provenientes de todas partes del mundo (del mundo pobre, del Tercer Mundo), llegaron hasta la ciudad francesa de Calais, con la intención de atravesar el Canal de la Mancha y recalar en Inglaterra. Figuras de guerra es como ellos: expectante, furtiva, vagabunda en ocasiones, con una idea en la cabeza que no sabe muy bien si va a poder concretarla, ni cuándo ni cómo. Esa identificación total entre obra y sujeto, entre lo que filma y cómo lo hace, entre forma y contenido, convierte a Figuras de guerra en un film absolutamente único y singular, más parecido a una experiencia que a una película. Modelo traspuesto de cine directo, la experiencia que Figuras de guerra invita a compartir al espectador es la de esos ghaneses, nigerianos, turcos, afganos, serbios y kurdistanos, con los que la cámara convive durante 153 minutos. Ciento cincuenta y tres minutos que fueron tres años de convivencia real para Sylvain George, director, productor, escritor, camarógrafo, montajista, sonidista y hasta autor del poema con que la película se cierra. Si es muy común que un documental sea un trabajo artesanal y solitario, escrito por una única mano, Figuras de guerra es entonces el más documental de los documentales. Ganadora del premio a mejor película y el de la crítica en el Bafici 2011, galardonada en otros festivales internacionales a lo largo del año pasado, Figuras de guerra fue saludada, desde el diario Libération, como uno de los acontecimientos del año en Francia. Activista político con estudios de filosofía, Sylvain George, que cuenta con una obra considerable (pero enteramente desconocida en Argentina, con excepción de ésta y su continuación, Les éclats, exhibida en el último Bafici), se acerca a su tema, sus sujetos, casi más como poeta que como antropólogo. Por algo el título original (Qu’ils reposent en révolte, algo así como Que descansen en rebelión) es una cita del poeta Henri Michaux. Por algo la película termina con un poema. Curiosa coincidencia: poesía literaria y visual abunda también en el otro documental con el que éste comparte cartel por estos días en la sala Lugones, la extraordinaria Tierra de los padres, de Nicolás Prividera. Sylvain George no aspira a la totalización, el estudio exhaustivo, el sistema, sino al detalle revelador, el fragmento iluminador, la sensación, la imagen capturada al vuelo. Tal vez por eso hay tanta espuma del Mar del Norte, tantos cielos grises, tantos rescoldos apagados de apuro, tantos hatillos abandonados ante huidas imprevistas, tantas gaviotas en Figuras de guerra. Pero poesía no es blandura ni despolitización. Como un indocumentado más (tres años de convivencia dan sus resultados), la cámara comparte con sus protagonistas sin nombre refugios improvisados, una sopa de cabeza de pescado preparada en la vereda, dormitorios al aire libre en medio del duro invierno de Calais, algún testimonio a cámara también. Rituales cotidianos del migrante ilegalizado, que incluyen el acecho a los camiones que atraviesan el Eurotúnel, la eventual “colgada” del chasis que un cazador experto logra, el intento de abordaje de algún transatlántico. Y la espera. Sobre todo la espera, nota dominante tal vez de Figuras de guerra. Espera interrumpida por la imagen-shock, que la naturalidad de los protagonistas reconvierte en cotidiana: el hombre que borra sus huellas digitales con una hojita de afeitar; los que prefieren cubrirlas, tallándose la yema de los dedos con tornillos al rojo, en una suerte de body carving de la desidentificación. Que se trata de registrar lo real-metafórico y no de renovar un sensacionalismo documental alla Mondo Cane es algo que reafirman los chistes amigables, la charla distendida entre aquellos para quienes esa práctica espeluznante constituye apenas uno más de sus rituales de supervivencia. A los 105 minutos de proyección, Figuras de guerra practica un corte, un cartel anuncia una segunda parte y de allí en más sobreviene la crónica de un desalojo: el de un campamento a quienes sus habitantes llaman “La jungla”, que el gobierno de Sarkozy ha resuelto barrer del mapa, enviando a su ministro de Inmigración, la Gendarmería y, finalmente, los bulldozers que tiran las tiendas abajo y alisan el terreno. Forcejeos, intervención de representantes de ONG y de activistas pro-inmigrantes, algún episodio de violencia policial, dispersión final y la nota desoladora dada por aquellos que huyeron de la guerra –ciudadanos afganos, por ejemplo– y que ahora serán devueltos a ella por una Europa cuya caída no parecía, tres o cinco años atrás, tan notoria. “Algún día Europa será Africa y Africa, Europa”, profetizó bastante antes un muchacho ghanés, entre risas y sin una pizca de resentimiento.
Inmigración y política de Estado La inmigración es un conflicto sin solución. Asimismo, la figura del indocumentado, el desterrado de su país, que "navega" por el mundo como un ser vacío, sin identidad, se convierte de algún modo, en el termómetro capaz de medir los planes que sobre este tema, han decidido aplicar los distintos gobiernos, en esta era de la globalización. El filme de Sylvain George (Francia, 1968) es un cine de emergencia, que invita a la reflexión a través de la crudeza de sus imágenes. Esta película suya registra el día a día de los inmigrantes, que provenientes de Africa, Turquía, Serbia o Afganistán, llegan a la ciudad de Calais, en el norte de Francia, con miras a seguir camino, como polizontes en camiones o barcos, hasta cruzar el Canal de la Mancha, para llegar a Inglaterra. La cámara de Sylvain George sigue esa cotidianidad furtiva, en la que cada instante parece un juego de vida o muerte, para estos inmigrantes, constantemente perseguidos, arrestados y deportados. FIGURA INVISIBLE El documental tiene una potencia estética, expresiva y de denuncia rotunda. Aunque fue rodado en blanco y negro, con cámara en mano, sonido ambiental y sin música, provoca cierta conmoción en el espectador. ¿Por qué? Porque el cineasta demoró tres años en rodarla y parece que se hubiera convertido en una figura invisible para los inmigrantes, a los que enfoca en sus corridas para escapar de la policía, mientras se bañan en un río, cuando comen lo poco que consiguen y comparten, o en sus ratos de descanso. Este es un filme construido sobre la base de sujetos fugaces, de planos que se desvanecen a través de las mismas figuras que son capaces de diluirse en un instante, mientras un camión se detiene en un semáforo y ellas se escabullen por debajo y se ubican en espacios impensable. El filme se divide en dos partes. La primera es más calma. Se observa la cotidianidad, incluso ciertos cantos religiosos de un grupo de jóvenes, como una manera de recordar la patria dejada atrás. En cambio en la segunda parte se observa la represión más humillante y lacerante que en 2009 vivieron trescientos inmigrantes, cuando -ante decenas de cámaras de televisión- fueron desalojados por la policía y la gendarmería de un campamento improvisado llamado "la jungla" en París. La película -ganadora del premio al mejor largometraje y de la Fipresci, en el Bafici 2011- no es fácil de ver, porque su duración de ciento cincuenta y tres minutos se siente, sin embargo ese tiempo permite ir madurando, tal vez en nuestro pensamiento cuál es nuestra propia opinión y la de los países en los vivimos respecto de la políticas sociales inmigratorias.
De Sylvain George, ganadora del Bafici 2011, un impresionante documental que sigue a los inmigrantes ilegales en Calais, seres que deben sobrevivir como si no existieran en una sociedad indiferente, que llegan hasta la autoflagelación con tal de borrar sus huellas digitales y evitar ser identificados por la policía. Conmueve, hace pensar.
Autor efectista desmerece su tema Impresiona fuertemente, pero también cansa y fastidia un poco este extenso registro documental expuesto con recursos propios del cine experimental, más o menos traducible como «Que descansen sin paz, las figuras de guerra». Dura 157 minutos y no todos se justifican, salvo para llamar la atención sobre el autor, y también, lateralmente, sobre el tema. El tema es el problema de la inmigración ilegal que pasa en el limbo de la espera los días eternos. La hay en Marruecos esperando saltar a Ceuta o Melilla, o navegar hacia la costa o la muerte una noche sin luna. Y en México, esperando el guía que conduce a los pobres infelices por el desierto, y a veces ahí nomás los deja. Y en el paso de Calais, esperando treparse a la caja de algún camión para pasar por el túnel submarino, hasta una isla donde tampoco hay demasiada gente amistosa para recibir al que llega. En especial si es de otra raza, otra lengua, otras costumbres, y anda sin papeles sellados por la aduana. No importan si tiene conocimientos universitarios y brazos dispuestos para el trabajo. En esa espera se le va una parte de su vida, y también se le van yendo los sueños y el buen ánimo. Durante tres años Silvain George registró a los inmigrantes de Calais, los tiempos perdidos, las vueltas para buscar un hueco, un alimento, un descanso al rayo del sol y al amparo de la policía. Registró también un dramático recurso para evitar la identificación policial (más dramático aun cuando se percibe lo ingenuo e inútil del esfuerzo). Y otras cosas, que en su momento formaron parte de los noticieros. Ya hay varios documentales sobre la gente de Calais, pero el suyo, según dicen los que saben, es el más completo. Lástima que también sea el más poblado de minutos en negro, tomas de relleno, reiteraciones, efectos de laboratorio y demás chiches desplegados a todo lo largo de la larga historia, como para dejar claro que el suyo es lo que se llama «un documental de autor» «alejado del moralismo condescendiente», un ensayo acerca de los «no lugares donde transcurre la no vida de una gente que va perdiendo su identidad», un modo de «apropiarse del soporte video para deconstruir la representación dominante sobre la propia materialidad del medio» (palabras del propio Sylvain George, él sabrá lo que quiso decir). También proclama que no es una estetización de la miseria, pero la fotografía en elaborado blanco y negro digital con preciosos encuadres dice otra cosa.
Cineasta pero también activista, el francés Sylvain George se pasó más de tres años filmando (investigando, conviviendo con) el conflicto de los inmigrantes ilegales apostados en Calais, puerto de partida para su intento de ingresar como polizones en barcos o camiones en Gran Bretaña. Africanos, asiáticos y europeos del este (varios están a punto de ser deportados a países como Afganistán, Nigeria, Turquía y Serbia) son apoyados por decenas de militantes europeos contra la violencia represiva de la gendarmería francesa. La primera parte del film -más lírica y reposada- muestra la cotidianeidad de los migrantes, que viven en condiciones infrahumanas y se someten a todo tipo de situaciones indignas. La segunda, mucho más tensa, describe los choques con la policía del por entonces mandatario Nicolas Sarkozy. En blanco y negro, combinando belleza y horror, ternura y dolor, George consigue un documental -de una ética y un rigor inobjetables- que da visibilidad a los que generalmente no tienen voz, imagen… ni derechos. Ganadora de la Competencia Internacional del BAFICI 2011, llega en una versión de “apenas” 153 minutos contra los 175 de la que se dio en el festival porteño.
No es un film para pasarla bien, si es que a usted solo le interesa que el cine le provea placer inmediato. Figuras..., por cierto, genera el placer intelectual de comprender una forma, pero su objeto es áspero: la vida durante tres años de un grupo de inmigrantes ilegales en las costas de la localidad francesa de Calais, esperando cruzar a Inglaterra, de las duras condiciones de vida y de las tremendas persecuciones que sufren. Pero al mismo tiempo, al elegir el urgente blanco y negro altamente contrastado, el realizador Sylvain George logra un efecto alucinatorio, como de cuento fantástico (o, más preciso, de terror) que termina causando en el espectador el impacto de un viaje por un planeta desconocido. Una aventura humana que puede ser vista y leída más allá de las urgencias políticas, y que jamás abunda de los procedimientos artificiales para transmitir una verdad precisa, tan cierta en las costas de Calais como e n las villas argentinas. Quizás una de las pocas obras maestras del cine que se estrenen en nuestro país este año.
LA GUERRA EN OTROS TÉRMINOS Hay películas que perduran en la memoria porque nos revelan la injusticia sufrida por hermanos a los que no conocíamos. Es el caso de este notable documental escrito, producido, dirigido y editado por Sylvain George (1968, Vaulx-en-Velin, Francia), que no nos pone de frente sino al lado de jóvenes asiáticos y africanos que, llegados a Francia para atravesar el Canal de la Mancha y radicarse en Inglaterra, son abandonados a su suerte, perseguidos y apresados. Figuras de guerra expone este problema con la misma urgencia y desesperada improvisación con las que se mueven los inmigrantes y quienes los reprimen. Mientras los primeros hacen de su viaje en busca de un futuro mejor una permanente huida, conviviendo con el riesgo y superviviendo a duras penas, los policías y funcionarios franceses no demuestran tener planes muy precisos para deshacerse de ellos. El mismo George ha expresado que estas medidas represivas responden a “políticas experimentales”. Por eso, su película también lo es. El resultado parece una suma de fragmentos de imágenes capturadas para un noticiario atravesada por soplos de poesía. El espíritu del cine documental contestatario de los años ’60 asoma en las paredes con graffitis, en las dramáticas manifestaciones contra la policía, o en utópicas expresiones de deseo y de rabia (como cuando alguien dice estar esperando el día en que los europeos deban pedir ayuda a los africanos). Antes era Vietnam, ahora las medidas políticas anti-inmigratorias. Hay un momento que nadie que vea el film olvidará: los inmigrantes quemando sus manos para borrar sus huellas digitales. “Si pudiera cortarme las manos, lo haría”, confiesa uno de ellos. ¿Hasta qué punto la angustia puede llevar a un ser humano a sentir eso? ¿Por qué los medios masivos de comunicación y la gran mayoría de los dirigentes políticos, sociales y religiosos ignoran esto y prefiere ubicar en las agendas de discusión otros temas más triviales o menos apremiantes? ¿Acaso estos sufrimientos son la continuación inevitable de la opresión que desde hace siglos vienen padeciendo ciertos pueblos, como lo sugiere uno de los entrevistados? Son muchas las preguntas que dispara -sin verbalizarlas- este film que prefiere las digresiones antes que la exposición didáctica o morbosa, atenuando la crudeza de algunas escenas con el registro en blanco y negro. En este sentido, es curioso cómo el realizador evita que su obra se transforme en una simple letanía, ayudado por la actitud de muchos inmigrantes que, aún en momentos difíciles, aparecen sonriendo, haciendo bromas o cantando. Extenso y sin música, Figuras de guerra es un documental perturbador, como corresponde a su tema. Con él, George exterioriza un gesto solidario, nada altisonante, que se corresponde con las palabras que dirigió a los estudiantes de cine al ser premiado en el BAFICI 2011: “A él, a ella, quisiera decirle que no pierda la esperanza, que no abandone, que permanezca atento a sus deseos. Estos deseos son océanos de llamas capaces de destruir las columnas del cielo, los mitos, las representaciones dominantes y estigmatizantes, también capaces de darle cobijo a lo desconocido, lo imposible. A él, a ella, quisiera decirle que no desespere, no abandonar, y pelear. Pelear por lo que uno cree. Pelear por uno mismo, como por los demás. Pelear por uno mismo como uno de los demás.”
Crudas noticias de la exclusión “Figuras de guerra” puede verse como un retrato de la vida inhumana que padecen los indocumentados en Calais, al norte de Francia, mientras esperan que la suerte los acompañe para introducirse clandestinamente al Reino Unido. Ganadora de dos de los principales premios del Bafici 2011, los de mejor film para el jurado y para la crítica, Figuras de guerra es una película a la que puede verse y sentirse sucia y cruda porque se ocupa de un fragmento de realidad precisamente sucio y crudo. Es la realidad de los indocumentados provenientes de los países africanos, de los países asiáticos y de Europa del Este sobreviviendo en las trincheras de un frente de guerra, el de la “próspera” Europa Occidental, más precisamente en el sitio conocido como Paso de Calais, al norte de Francia, en la ciudad del mismo nombre donde se encuentra el corredor más estrecho del Canal de la Mancha, que une el país galo con Inglaterra. Allí van a parar cientos de migrantes que ya han recorrido buena cantidad de países en un viaje iniciático o en sucesivas deportaciones –parte de los testimonios de estas personas describen “tours” inimaginables hasta para las agencias turísticas más creativas en los itinerarios, aunque en el caso de los migrantes se trata de verdaderos “tours de force”– confiando en que en algún momento podrán hacer realidad su salto al Reino Unido. Nunca quedará demasiado claro por qué el país sajón resulta la Tierra Prometida, puesto que el trato a estos parias es el resultado de las políticas neoliberales llevadas a ultranzas en las últimas décadas y que cada país europeo occidental aplicó con precisión cirujana: la exclusión en todas sus variables para aquellos provenientes de sus ex colonias o de los países aún sometidos a políticas neocoloniales. Sin embargo, en Calais se juntan africanos de todo el continente negro, serbios, kurdistanos, turcos u otros migrantes de los países balcánicos, musulmanes orientales y asiáticos, de países intervenidos y en conflictos bélicos permanentes como Afghanistán; se distribuyen bajo puentes, en plazas, sobre paredones del ferrocarril, y en una zona boscosa a la que llaman “jungle” –jungla en inglés–, donde arman sus improvisadas barracas con desechos de todo tipo y ruegan cada día no ser deportados a sus países de origen y para que la providencia los toque con el pase clandestino a Gran Bretaña. Calais parecería funcionar como lugar de reclusión visible para estos indocumentados, es como si allí estuvieran hasta más controlados y menos dispersos. El premier francés Sarkozy y su gobierno lo saben y cada tanto llevan adelante sus razzias para confinarlos en otros sitios más panópticos porque allí, entre el follaje profuso de la jungla, no se sabe bien cuántos son y qué peligro representan. Sylvain George, el realizador de Figuras de guerra estuvo durante tres años registrando la zona y todo lo que allí tenía lugar; en principio iba a tratarse de un documental testimonial de corta duración, pero luego esa realidad impregnó a George, que también es activista político, y terminó construyendo un poético y dramático aguafuerte de las miserables políticas de los países dominantes que someten literalmente a una “no vida” a cientos de personas sin que se les mueva un pelo y a los que suelen echarle la culpa de las calamidades que asolan las buenas conciencias y costumbres de las burguesías. Actitudes que suelen convertirse en pura hipocresía cuando los mismos sectores utilizan a los migrantes como la mano de obra más barata del mercado. Pero Figuras de guerra no es sólo un film de denuncia –ese aspecto está implícito desde el vamos– sino un film de observación poética, de poética política podría decirse, porque la cámara de George es profundamente exponencial de los detalles que furtivamente va encontrando a su paso y que plasma de un modo tan contundente como lírico. Un registro en blanco y negro de alto contraste, con planos detenidos sobre todo aquello que funcione como indicio de la supervivencia de estos seres abandonados de la mano de Dios, aun del musulmán, al que todavía allí parecen rendirle cuentas. Pasadas las primeras secuencias en donde la cámara parece “espiar” ese escenario y donde ocurren escenas de huida de africanos perseguidos por la policía en una plaza, esa misma cámara comenzará a “vivir” con esta gente y compartirá los cánticos que ese mismo grupo de africanos entona no sin cierta alegría y que seguramente los remite a paisajes de su terruño; las improvisadas comidas, con lo que se consiga –y que ellos mezclan de tal manera que seguramente tendrá un sabor difícil de identificar– al costado de las vías del ferrocarril; sus recursos para intentar borrar sus huellas digitales que consiste en pasarse una gillette por las yemas de los dedos o apretar un tornillo al rojo para que las marcas de la rosca inutilicen esas huellas; sus lances para esconderse bajo un camión que atravesará el eurotúnel, sus fallidas trepadas a un alto alambrado con púas; sus baños en un brazo del canal y sus enjuagadas en un suministro de agua público durante el verano y sus inflada carpas de nylon para mitigar el crudo invierno; la cámara de George es ubicua, inquieta y nada solemne, se diría que hurga con el debido respeto sobre las ausencias y añoranzas, entre el viento y el frío, de estos perfiles erradicados del mundo, habitantes de un no lugar cuyo pasado es lo único que parece retratarlos como humanos –un norteafricano desperdiga fotos de su familia mentando la pertenencia– porque ahora son apenas unos desamparados, unos desaparecidos del sistema que deambulan sin destino y cuya suerte física carece de futuro. Vidas sucias y sometidas y al borde del abismo; expulsados del infierno de sus países y reducidos a un infierno más cotidiano pero que no deja de arder. Los testimonios son pocos en un relato que pasa de las dos horas y media, aunque sumamente elocuentes del “estado” individual de quienes lo formulan: “hace tres días que no como…”, dice un kurdo; “no sé lo que pasará, no quiero volver a mi país porque hay 35 tribus en pie de guerra…”, acota un afghano; también los hay casi proféticos: “…un día África será Europa y Europa África…” y más amenos como aquellos que bromean acerca de los rituales de los fallidos “pases” a Inglaterra, “…la próxima lo conseguiré…”, señala un ghanés cuando no puede treparse debajo de un camión. El título original de Figuras de guerra es Que descansen en rebelión, y está tomado de un verso del poeta francés Henri Michaux y tal vez esa frase, junto a otras que por momentos aparecen en carteles “allà Godard”, como que los indocumentados son una bomba de tiempo para las potencias dominantes y “democráticas”, pintan perfectamente una latencia: el flagrante estado de suspensión de los derechos más básicos y humanos no hace difícil suponer una rebelión de esas masas, tal vez sólo se trate de algo más de tiempo y organización. Y es eso fundamentalmente lo que respira Figuras de guerra, en sus planos urgentes y sucios, en sus soterrados travelings que buscan captar estados más que personajes o cosas, en su nervioso montaje que lo asemeja más a un ejercicio de improvisación que a un film pensado y con objetivos; un cine, en suma que parece surgir del malestar, de lo profundo de esas subsistencia de esos individuos despojados, justamente, de su individualidad, de su “ser humano”, desaparecidos que sí se sabe dónde están pero que no cuentan para nadie –muchos dejarán su vida en ese trance y un paneo sobrecogedor por un improvisado campo de tumbas es la prueba palpable de ese “ser descartable”–, y que aquí la cámara de George documenta con osadía iluminando los destellos de esas vidas fantasmas. En la parte segunda y final, la policía y los bulldozers de Sarkozy, pese a la resistencia de grupos activistas pro inmigrantes, arrasarán la zona, la jungla, y deportarán o confinarán en lugares más vigilados a los parias. Pero el parpadeo de una amenaza, la de que eso volverá a ocurrir más temprano que tarde, queda fijo como señal de la inhumanidad del neoliberalismo, ese que ahora se enseñorea por las grandes urbes europeas en las formas del ajuste y la desocupación.
En la falta de propuestas se desvanece lo político La película ganadora del BAFICI 2011 llegó a la cartelera porteña. Figuras de guerra es un documental de Sylvain George, que resumen el trabajo de tres años que llevó adelante el director registrando la vida de un grupo de inmigrantes clandestinos en el norte de Francia. A través de la cámara del director, vemos cómo viven estas personas, qué comen, cómo duermen y cómo llevan adelante esa no-vida en un marco clandestino. Esta segunda película de George se concentra en el punto más conflictivo de la inmigración en el país galo, recurriendo a sonidos e imágenes de todo tipo. Hay que reconocerle al realizador que es todo un cineasta, pues evidencia la potencia audiovisual del cine y el papel que tiene el montaje como constructor de realidades. Evidencia, también, cómo hay todo un circuito armado alrededor de la inmigración ilegal: personas, objetos, ritos, acciones, construcciones espaciales, lingüísticas y temporales. Sin embargo Figuras de guerra no es perfecta y lejos está de ser el film perturbador que algunos han querido ver. Porque precisamente lo que le falta como película política es ese salto extra que le hubiera permitido desestabilizar verdaderamente al espectador para luego plantear nuevos horizontes. Cuando lo intenta, trastabilla, llega a conclusiones obvias y hasta incurre en algún que otro golpe bajo. Es necesario un cine político, pero habría que pensar si este es el ejemplo a seguir.
Sombras ¿nada más? Figuras de guerra –cuyo título original es Qu’ils reposent en révolte (Des figures de guerre), algo así como Que descansen en revuelta (o rebelión)– condensa los tres años que pasó su autor, Sylvain George (dirección, guión, fotografía, montaje y sonido), junto a los inmigrantes “sin papeles” provenientes de África y Medio Oriente, varados en Calais. Al ser Calais la ciudad que, ubicada en el norte de Francia, conecta con Inglaterra por medio del Eurotúnel, es el sitio por excelencia donde se concentran nigerianos, libios, turcos, afganos, kurdistanos y otros. Todos se ven forzados a una vida clandestina, carente de todo derecho humano: una “no-vida” que consiste en resistir cada día, con la ambición de conseguir un trabajo en Inglaterra. Pero primero hay que llegar: los inmigrantes sufren las razias y el hostigamiento permanente del Estado, para ser deportados a su lugar de origen. George documenta cada momento de estos “sin papeles” (sombras furtivas que se ven las 24 horas del día amenazadas): el descanso (en una plaza, la calle, debajo de un puente, con frío, con lluvia), las comidas (sopas, guisos), la higiene (el baño en la calle, con una jarra y una pequeña bomba de agua), la indiferencia de los “ciudadanos blancos” (cuando los detienen), y las dolorosas técnicas para borrar las huellas digitales, para que no queden en los archivos de la “justicia” europea. “Ni del todo vivos ni del todo muertos, ni del todo humanos, ni del todo animales. Entre los dos”, describirá uno su situación. Hay testimonios directos a cámara, donde queda clara la denuncia tanto a las democracias (imperialistas) europeas, racistas, xenófobas y explotadoras de esta “mano de obra barata”, como al cipayismo de los gobiernos “propios”, títeres de los poderes económicos y extranjeros. Y también el brutal desalojo de 2009 a La Jungla, donde 500 policías antimotines destruyeron el campo de refugiados afganos e iraquíes. Todo este contenido George lo articula por medio de un montaje profunda e impactantemente poético: los contrastes del blanco y negro, así como la búsqueda de “imágenes-detalle” (una ropa abandonada, alguna leyenda comercial prometiendo “felicidad”) y alegorías (qué otra cosa que libertad pueden significar las gaviotas que aparecen muchas veces). Película definida por el propio autor como una “bomba de tiempo”, Figuras integra las primeras producciones de este filósofo y activista social. Su otra película, hecha en paralelo es Les Eclats (Ma gueule, ma révolte, mon nom), y ha dicho que trabaja en una tercera, centrada “en la situación de los inmigrantes africanos antes de llegar a Europa”. George, adoptando la filosofía política de Agamben y Espósito, quienes describen la situación actual como de “estado de excepción permanente”, así como la perspectiva de Toni Negri sobre “el nomadismo” para luchar contra el capitalismo, propone: “A estas zonas de excepción conviene responderles creando el verdadero estado de excepción: situaciones y espacio-tiempo singulares en los cuales la integridad física y psicológica de los seres y de las cosas son restituidas a sí mismas. Un individuo, sea quien sea, es profundamente irreductible; no puede reducirse a las representaciones sociales y raciales que una sociedad puede tener sobre él. El cine es un medio cuyos recursos profundos (juego sobre el tiempo y el espacio) permiten desnudar los mecanismos que actúan en las representaciones dominantes y mediante ellos mismos, iniciar un proceso de emancipación, un proceso revolucionario en el sentido profundo del término”. Está claro que “el poder de la imagen” que tiene el cine permite cambiar (o al menos abrir, iniciar un proceso de cambio en) las mentalidades. Pero este “alternativismo”, como perspectiva, política deja incólumes los pilares del sistema imperialista, causante no sólo de la degradación y miseria de los inmigrantes “sin papeles”, sino de la explotación de los trabajadores y trabajadoras “en blanco” (hoy sufriendo ataques en prácticamente toda Europa). Teniendo en cuenta que esta división de las mayorías es una ventaja para la “moderna” esclavitud, qué otra (mejor) salida hay que la de unificar al conjunto de los trabajadores para expropiar a las clases dominantes, dueñas de las fábricas y empresas, tierras y bancos, para ponerlos al servicio de las mayorías. En este sentido la “micropolítica” que postula el director es ingenua, ya que propone como “proceso revolucionario” los “espacios reducidos” y la “inmediatez” del sujeto, la familia o un grupo de amigos contra la gran organización internacional de los Estados, su economía, su vigilancia y su policía. Pese a los límites de perspectivas políticas que pueda tener el director, Figuras de guerra es un gran documental, que debe ser visto y difundido, ya que retrata los brutales abusos del capitalismo contra los sectores más explotados y oprimidos.
Tras las huellas perdidas Este documental de Sylvain George, ganador del premio a la mejor película del BAFICI 2011, propone una mirada tan contemplativa como rigurosa sobre la vida de los inmigrantes ilegales africanos que desde Calais, Francia, intentan cruzar el Canal de la Mancha para llegar a Gran Bretaña. Un extraordinario trabajo de inmersión en un mundo invisibilizado con algunos puntos de contacto con “El Gran río”, que pudimos ver hasta hace poco en la cartelera rosarina. Aquí no se podrá encontrar el bienvenido humor y la música del documental de Rubén Plataneo, pero sí algunas de las secuencias más extraordinarias de año, que quedarán por mucho tiempo en la memoria, como aquella en la que los protagonistas, cercados por la policía, optan, como último y doloroso recurso, por borrar sus huellas dactilares para imposibilitar su identificación, y de paso perder el último vestigio de identidad.
El Artificio lúcido Habíamos anticipado ya la semana pasada el reestreno de uno de los mejores filmes que ha dado el siglo que transitamos: “Que descansen en la revuelta: Figuras de la guerra”, de Sylvain George, se podrá ver de hoy al domingo en el Cineclub Municipal Hugo del Carril (ya fue estrenado este mismo año por el Teatro Córdoba), un programa magnífico no sólo para pensar el mundo en que vivimos, sino también el cine y su destino intrínsecamente político. Documental de denuncia al mismo tiempo que ensayo poético y elegíaco, Figuras de la guerra es una obra que desafía todos los cánones conceptuales que suelen encuadrar a estos filmes, tanto políticos como estéticos, pues registra una batalla sorda por la supervivencia en el centro del primer mundo de una manera subversiva: aquí, la política está en la forma y no sólo en el contenido. No se trata meramente de testimoniar la lucha de los cientos de inmigrantes ilegales que intentan cruzar el puerto de Calais, al norte de Francia, paso central del Canal de la Mancha para llegar a Inglaterra y especie de limbo dividido entre el hambre y la violencia legal ejercida por un Estado fascista; sino que George va más allá al revolucionar las formas de este subgénero y componer un filme por momentos alucinatorio, que no pareciera transcurrir en esta tierra: una película de “ciencia ficción” en palabras del crítico Fernando Pujato (que incluye a la secuela Les Éclats: ma gueule, ma révolte, mon nom, traducida como Los fragmentos: mi boca, mi revuelta, mi nombre). Ejercicio sofisticado de experimentación estética, tanto Figuras de la guerra como Les Éclats proponen un extrañamiento de nuestra percepción del mundo, decisión sumamente coherente pues se trata de mostrar de otro modo aquello que es condenado por las imágenes que circulan en los medios de comunicación, legisladores secretos de nuestra percepción del entorno. Como filósofo y activista social que es, George entiende que la dislocación política de un imaginario estigmatizador depende del modo en que se nos presenten las imágenes, y esta nueva ventana que nos abre al mundo es por tanto directa pero fragmentaria, poética al mismo tiempo que cruda, conmocionante pero de una belleza radical, testimonial y abstracta: el director apela a un abanico de posibilidades para (re)presentar el mundo de una nueva forma, que se ajuste a las condiciones de vida de sus protagonistas. Porque lo central en la película, rodada durante casi cuatro años en los márgenes de Calais, es que está filmada desde el punto de vista de los desplazados, desde la más profunda intimidad con ésos seres a la deriva, destinados a enfrentar a diario una guerra silenciosa, un Estado retrógrado que los tratará como animales o terroristas. Sin ninguna voz en off que articule el relato, apenas con alguna cita inicial (de textos como Para una crítica de la violencia, de Walter Benjamín) que abre sus capítulos, Figuras de la guerra va directamente al hueso, aunque las primeras imágenes puedan indicar lo contrario: el plano inicial mostrará, en un blanco y negro granulado, un alambre de púas; le seguirán planos generales de montañas aparentemente rodados también en 16 mm., intercalados a veces por exposiciones directas al sol o alguna fuente de luz (una secuencia que tal vez refiera a los caminos transitados por los inmigrantes o sus antepasados). Pronto aparecerán nuestros protagonistas (siempre en blanco y negro, pero sin granulado), un grupo de jóvenes africanos que serán perseguidos por fuerzas policiales en una plaza pública: de allí en más, George no se despegará de los inmigrantes, conviviendo con diferentes grupos en su más íntima cotidianeidad, registrando sus vidas a la intemperie, sus estrategias de supervivencia, sus anhelos, pesares y sus discretas ilusiones. Habrá algunos momentos centrales: el principal, cuando filma el modo en que estos hombres se queman y desfiguran los dedos para borrar sus huellas digitales y eludir así una posible identificación de la aduana. Pero otro tanto ocurrirá en el capítulo final, cuando George registre la resistencia pública de un grupo de inmigrantes afganos, desplazados por una guerra desmedida en la que participan Francia e Inglaterra, e instalados en un asentamiento apodado “La Jungla”: la organización colectiva logrará atraer a los medios, pero así y todo los enviados de Nicolas Sarkozy no dudarán en aplicar una represión brutal y destruir el campamento. Otro punto de alta intensidad ocurrirá cuando George acompañe los intentos de los inmigrantes por cruzar el llamado Eurotúnel, sea escondiéndose en la base de un camión de transporte, sea saltando los alambrados del puerto. Rodado en un blanco y negro fuertemente contrastado, que llega a desdibujar las líneas de los rostros y los cuerpos para componer fantasmas (políticos), Figuras de la guerra hace de la realidad una abstracción: la apuesta es por un fuerte artificio que sea capaz de abrir nuevas lecturas del mundo. Y por eso es significativo el uso que hace de la belleza: hermosos planos del mar, la luz, los animales o la naturaleza se intercalan con el registro de las víctimas, en un montaje dialéctico que expresa las contradicciones vivas del sistema. Otras veces, la lectura estará dada por el mismo plano, capaz de unir en un encuadre a los fastuosos cruceros franceses con los inmigrantes durmiendo en las calles del puerto. Lo notable es que con estos procedimientos la película alcanzará un nuevo grado de verosimilitud, en el que toda impostura quedará eliminada, y el resultado será un testimonio implacable de la batalla del hombre por el derecho a la vida. Por Martín Iparraguirre