En una escena que queda grabada por su significativa elocuencia (y no porque el film busque subrayarla), se ve a varios migrantes que con tornillos calentados al rojo vivo u hojas de afeitar se mutilan los dedos para borrar de ellos todo rastro de huellas digitales. Alguno lo hace mientras esboza una triste sonrisa, como admitiendo que no hay otro remedio y que ese doloroso ritual ("les decimos que es una tradición en nuestros países") es, también, otra manera de resistir: con la identidad suprimida ya no será posible que los incorporen a los ficheros europeos.
Para Sylvain George, la problemática de la inmigración es una de las cuestiones más cruciales que atraviesa el mundo contemporáneo. A ella y a las movilizaciones sociales viene dedicándose desde su debut en el cine. Entre julio de 2007 y enero de 2010, este francés de 44 años proveniente de la filosofía y el trabajo social estuvo en Calais, en sus muelles, terminales ferroviarias, rutas y parques donde los inmigrantes clandestinos venidos de Asia y Africa sobreviven al acoso de la policía mientras esperan la oportunidad de colarse en un barco o en un camión que los lleve del otro lado del Canal de la Mancha. Observó su aventura cotidiana, convivió con ellos, escuchó sus historias, cada una un calvario diferente; miró sus fotos, supo de las dramáticas peripecias de sus viajes, los vio esperar escondidos en la fronda a la espera de un camión o en la oscuridad del puerto, cerca de un barco próximo a partir, pero también los vio bañarse en alguna soleada tarde de verano y los escuchó cantar en torno de un brasero. Toda la primera parte del film está hecha de esas estampas, imágenes que mezclan tiempos y espacios, que ocasionalmente recogen algún testimonio o un diálogo sin comentario adicional y que a ratos -en el contraste del blanco y negro granuloso y el aparentemente desordenado montaje- sugieren una suerte de desgarrador poema visual sobre el dolor humano, una denuncia que no necesita palabras para componer el retrato de estos parias de Occidente: "Ni del todo vivos ni del todo muertos, ni del todo humanos, ni del todo animales. Entre los dos", dice uno de ellos.
La segunda parte, en cambio, está centrada en el desmantelamiento de "la jungla" de Calais, donde se habían instalado los refugiados y recibían la ayuda de organizaciones sociales. La violencia del Estado se manifiesta entonces: el tratamiento de la problemática migratoria en Francia y en toda Europa queda al descubierto y muestra su cara más violenta. Nada pueden hacer los militantes sociales para detenerla -apenas convencer a algunos refugiados de escapar a tiempo-, mucho menos para evitar la derrota. ¿Qué queda? Lo que George se propuso: dar testimonio de la realidad presente con miras a encarar una transformación de las políticas actuales, a corto, medio y largo plazo.
Y un film que será difícil de olvidar.