Una historia de amor pequeña, sencilla, austera y breve se desarrolla en Barcelona. Esa popular ciudad española es el escenario elegido para filmarla. Es una parte importante de la obra por sus calles, bares, comercios y la playa. Allí va a pasar unos días Ocho (Juan Barberini), quien trabaja y vive en Nueva York. Está solo y conoce a Javi (Ramón Pujol), un español que encontró su lugar en el mundo en Alemania. Luego de intercambiar unas pocas palabras, van derecho a la cama. Así de expeditivos resultaron los muchachos. Sin dudas ni prejuicios. Dejaron volar sus deseos sin resquemores.
La ópera prima de Lucio Castro se centra en la vida de ellos, dos treintañeros que priorizan estar bien y no traicionar sus sentimientos, por sobre todas las cosas.
Aunque, no todo es color de rosa. La estructura dramática es un tanto atípica, o tal vez no. Porque el director es argentino, aunque vive en los Estados Unidos, y la parsimonia predomina. El ritmo del relato es lento y pasan muy pocas cosas. Tal es así que durante los primeros diez minutos de proyección vemos a Ocho en el departamento que alquila, paseando, comiendo, o en la playa. Algo importante que altere la rutina sucede mucho tiempo después que los manuales de guión indican.
Sobre esta base se desarrolla la narración. Pretende ser original con el modo de contarlo, porque hace un flashback para ir veinte años atrás. Pero, la verosimilitud no se sostiene porque ninguno de los dos es rejuvenecido. Mantienen el mismo corte de pelo y ni siquiera les afeitaron las barbas. Parecen un milagro de la naturaleza estar tanto tiempo con la misma apariencia física.
Otro aspecto negativo es la imposibilidad de justificar la falta de memoria que acarrea Ocho. Como si hubiesen reseteado su cerebro y sufrido un ataque de amnesia. No se acuerda de que se habían conocido hace dos décadas. Otra incongruencia es la actitud de Javi, que al principio no lo conoce y, más tarde, dice que sí lo reconoció inmediatamente.
Desde mi punto de vista es una falta de respeto jugar con la inteligencia del espectador. El realizador pretende construir una genialidad y desestimar ciertos criterios, sólo para que la película fluya y finalice a su gusto.
Solamente salvan la ropa de esta producción los actores que interpretan bien sus papeles. Sonia (Mía Maestro) interviene poco. Es la novia de Javi y canta música lírica. Esta canción, junto a otra que sale de un disco de vinilo, es la única música que se escucha. El film carece de banda sonora. Sólo hay sonido ambiental. Es correcto el manejo de cámara y las puestas en escena. Pero no hay tensión, ni conflictos. Todo transcurre dentro de una densa y empalagosa placidez