Esta opera prima, elegida mejor película en la competencia argentina del BAFICI, parte de un encuentro sexual ocasional en Barcelona entre dos hombres para luego derivar en una inteligente y sutil historia de amores posibles. Protagonizada por Juan Barberini y Ramón Pujol, el film se exhibe en la Sala Lugones todos los días a las 19.
Por algún motivo, FIN DE SIGLO, la opera prima de Lucio Castro, no ha tenido aún en la Argentina el reconocimiento que merece. Si bien ganó el premio como mejor película en la competencia nacional del BAFICI, me da la impresión que esta bellísima y melancólica historia de amor ha sido más reconocida en los Estados Unidos (país en el que vive su director) que en el resto del mundo o aquí. Es muy probable que esto empiece a cambiar a partir del estreno del film, hoy, en la Sala Lugones del Teatro San Martín. Es una película pequeña, delicada y emotiva, que comienza como una simple historia de amor y luego toma dimensiones, si se quiere, existenciales.
El punto de partida es muy simple. Ocho (Juan Barberini) es un argentino que vive en Nueva York y que está de paseo por Barcelona. Recorriendo la ciudad (algo que Castro hace sin excesivas indulgencias turísticas y manteniendo un total silencio durante los primeros doce minutos del film) se topa con Javi (Ramón Pujol), un catalán que también está de visita en su ciudad natal ya que vive en Berlín. Cruce de miradas, invitación a subir a su piso y en unos minutos Ocho y Javi están teniendo una historia que no parece tener más relevancia que la de una noche ocasional de sexo.
Al día siguiente, mientras beben vino y conversan en la terraza sobre sus respectivas vidas –Ocho acaba de separarse tras una relación de veinte años, Javier está hace cuatro en pareja y tiene con su marido una niña–, Ocho le dice a Javier que tiene «una sensación extraña» y que cree que se conocen de antes. Javier, que lo supo todo el tiempo, lo confirma. Y allí la película se mueve a un extenso flashback que cuenta lo que sucedió antes. Pero eso es solo el principio de un hilo que se volverá a enredar en el momento menos pensado, de algún modo mezclando pasado y presente, realidad y sueño, de una manera no solo muy original sino capaz de generar una inmediata sensación de melancolía.
Hay algo de la película –para mí, destinada a convertirse en un clásico de culto y no solo dentro de cierto «nicho de cine gay», por llamarlo de algún modo– que resuena de un modo profundo y que hace recordar a esas historias de amor esquivas, que son, que pudieron haber sido, que de algún modo siempre están siendo. Esas relaciones flotantes que sucedieron (o no) y que, en la cabeza de cualquiera que las haya vivido, seguramente generan ejes de tiempo alternativos, realidades paralelas. Una suerte de «¿qué habría pasado si hubiera…? que nos toca a todos en cualquier aspecto de la vida.
Castro –que estudió cine pero se dedica al diseño de ropa– tiene la inteligencia de hacer que los dos actores tengan el mismo aspecto tanto en la actualidad como en el flashback al que, quizás, se refiere el título. FIN DE SIGLO logra, de esa manera, hacer que los tiempos (presente, pasado o posibles líneas paralelas) convivan, como en una suerte de presente continuo, como en un sueño en el que las cosas suceden de manera muchas veces indescifrable.
Barberini (EL INCENDIO, entre muchas otras actuaciones para cine y teatro) y Pujol (conocido por su rol en la versión española de la tira televisiva CIEGA A CITAS) consiguen transmitir la sensación, a la vez, de ser dos personas que recién se conocen y otras que, posiblemente, tengan una larga historia en común. Mía Maestro tiene un rol pequeño pero clave en una película reflexiva y tierna, pero también realista y honesta, aún dentro de ese micro-universo de gente que vive, alternativamente, en Nueva York, Berlín, Barcelona o California. Quizás tengan una vida más acomodada que la de la mayoría de los espectadores, pero las emociones y sentimientos que atraviesan pueden ser muy similares.
FIN DE SIGLO no es solo una historia de amor gay ni una sobre segundas oportunidades, a lo CALL ME BY YOUR NAME. Sutilmente, la película logra ser una reflexión sobre los inciertos y movedizos derroteros de nuestras vidas ligados a nuestros deseos, nuestras decisiones, nuestras equivocaciones y, también, al propio azar que nos suele llevar por donde tiene ganas. En una escena del film, Ocho le deja a Javi un libro de David Wojnarowicz («Close to the Knives»). Y Castro elige poner una cita de ese libro escrita directamente en la pantalla, un texto que habla de tránsitos y destinos, de una idea de libertad ligada a la sorpresa y a lo inesperado pero también a la desconexión emocional. Y de esa extraña e irresoluble dualidad habla esta fascinante película.