¿Cuándo el hombre que mata es consciente del sentido político, y cuándo comienza a sentir que es él, el poseedor del sentido final de la justicia? Madsen articula la duda con mucha precisión y esa es la mayor virtud del film.
La historia que cuenta esta muy buena película danesa, refiere a un grupo de la resistencia en tiempos de la dominación nazi. Por entonces, un centenar de hombres y mujeres intentaba enfrentar al poder germano, asesinando a los jerarcas, y sus aliados nativos. Lo hacían a cara descubierta, a plena luz del día, exponiéndose a la represión y a la captura.
En 1944, en Copenhaguen, Bent Faurschou-Hviid (Flame) y Jørgen Haagen Schmith (Citron) formaban parte del grupo Holger Danske. Es en el marco de la lucha organizada, en que ellos solían atentar contra la vida de funcionarios alemanes. Sanguinario y decidido el joven Flame, algo más complejo su compañero Citron, no tenían en principio dudas sobre la validez de su accionar.
Como toda acción política clandestina, los problemas se generan cuando ciertas dudas aparecen, a partir de las intrigas necesarias de tal comportamiento. Ordenes que se creen erroneas o mal intencionadas; personajes oscuros que responden a dos o tres jefes diferentes; enemigos que no parecen tales. Presentada esta dificultad, junto a la complejidad de las situaciones personales, la historia solo puede fugar hacia la tragedia.
Flame, atraído por una mujer inexpugnable y siempre sospechosa, y Citron, acuciado por una relación tensa y lejana con su mujer e hija, a quienes ama, sentirán que el mundo de las certezas iniciales, que la indudable vocación por la resistencia armada, será difícil de sostener en el contexto de avance de la guerra. De tal modo que la única solución que encontrarán, será avanzar en su propio proyecto, más parecido a la venganza personal que a la acción política armada.
El realizador Ole Madsen, construye con mucha propiedad los personajes y, a través de ellos, propone una mirada crítica sobre los modos de la acción política violenta. Lejos de cuestionar su validez universalmente, pone en la mira el límite entre el momento político y el momento violento. O el modo en que cada protagonista se inserta en la acción resistente. ¿Cuándo el hombre que mata es consciente del sentido político, y cuándo comienza a sentir que es él, el poseedor del sentido final de la justicia? Probablemente en ese límite, este la diferencia entre la violencia como política, y la violencia como tragedia.
Madsen articula la duda con mucha precisión, y es justamente por eso que Flame y Citron es una película digna de elogio.