La incertidumbre como única certeza
Como en el Black Book de Paul Verhoeven, el film danés toma un tema intocable de la historia de su país, la resistencia antihitleriana, y lo convierte en un film de espionaje, donde traiciones y deslealtades triunfan sobre heroísmos y causas nobles.
Nada se presta más a ser romantizado que la figura del resistente político, que combate regímenes dictatoriales por puro idealismo y en inferioridad de condiciones, sabiendo que difícilmente lo espere un destino distinto de la captura, la tortura y la muerte. ¿No está sujeta esa figura acaso a otros matices, a puntos oscuros, a motivaciones menos altruistas? En Black Book (2006), el holandés Paul Verhoeven se atrevió a responder que sí puede estarlo, poniendo en duda que la resistencia antinazi haya sido, en su país, tan prístina como quiso vérsela. Ahora es el danés Ole Christian Madsen (que acaba de filmar en Argentina una película llamada Superclásico) el que aplica, sobre uno de los episodios más intocables de la historia de su país, un filtro semejante, pasando la resistencia antihitleriana por el tamiz de un film de espionaje. Género en el que dobles agentes, traiciones y deslealtades triunfan sobre heroísmos y causas nobles. Flammen & Citronen resulta así más cercana al escepticismo paranoide de El escritor oculto que a la épica convencional de Desafío, para poner dos ejemplos más o menos recientes.
Como Verhoeven en Black Book, Madsen –coautor del guión– recrea hechos ocurridos poco antes del fin de la guerra. “¿Estuviste allí ese día?”, pregunta una voz en off, sobre imágenes que muestran el ingreso de las tropas nazis a Copenhague, en 1940. “¿Hiciste algo para impedirlo?” Desde poco después de la ocupación, los miembros del grupo Holger Danske se especializan en la ejecución de colaboracionistas daneses. De la docena de miembros del grupo, Madsen hace foco sobre dos. Perfectos opuestos complementarios, Flammen (el intenso Thure Lindhardt) es pelirrojo, audaz y no le tiembla la mano a la hora de ejecutar a nadie. Citronen (Mads Mikkelsen, ex villano Bond en Casino Royale) es un hombre de familia callado y morocho, que empieza como chofer y se verá obligado a tomar el arma, cuando al compañero, ganado por la incertidumbre, empiece a temblarle la mano.
Si algo tiembla en Flame y Citrón (extraña barbarización local del original) son las certezas. Una de las primeras imágenes muestra al grupo de resistentes casi como foto de amigos: todos reunidos alrededor de una mesa, tomando y celebrando. En el curso de la historia esa estrecha unidad se irá corroyendo, tanto por la paranoia al enemigo interno como porque algunas de las ejecuciones podrían ser en verdad ajustes de cuentas personales. Y hasta algunos de los blancos quizá sean resistentes, antes que nazis o colaboracionistas. Una mujer de aspecto fatal que seduce a Flamme tal vez sea una espía, contraespía o ambas cosas a la vez. Las sospechas sobre el líder del grupo se convierten en red de intrigas de creciente espesura, en la que proliferan intereses cruzados, desde el jefe de la Gestapo local (Christian Berkel, que repetiría en Operación Valquiria y Bastardos sin gloria) hasta los servicios secretos aliados y la inteligencia sueca, pasando por el comando británico.
Ganados por la incerteza, Flamme y Citronen parecerían elegir la opción más trágica de todas: la autoinmolación. Se obsesionan con un blanco imposible, barajan la posibilidad de convertirse en mercenarios, se lanzan finalmente en misión suicida. Toda muerte mancha, parece sugerir Madsen, por muy noble que sea la causa que la motiva. Aunque no siempre se mantenga a la altura de sus propios planteos (sobre el final cede a una espectacularidad de cine de superacción), Flame y Citrón contiene el germen de una reflexión sobre la lucha armada en general. La posibilidad de que el líder sea el traidor, la adicción por la sangre derramada, la opción del aventurerismo y hasta la pastilla de cianuro que sobre el final aguarda a uno de los combatientes hacen pensar en experiencias mucho más próximas al espectador local que lo que la resistencia danesa durante la Segunda Guerra parecería representar en primera instancia. La pregunta es si es posible “leer” esta película como reflexión en clave sobre –por ejemplo– la violencia política de los ’70 en Latinoamérica. Se lo haya propuesto o no su realizador, desde aquí se hace difícil no darle ese uso. Por qué no hacerlo, es la siguiente pregunta.