Hay algo podrido en la resistencia
Los tanques de Hollywood tienen aseguradas las principales salas del planeta. Distinto es el caso del cine industrial del resto del mundo. Aún cuando hayan sido éxitos en su país de origen, al cruzar la frontera irán a parar inevitablemente al circuito alternativo. Quien suscribe pudo ver a principios de año como El secreto de sus ojos, la película más taquillera del cine argentino reciente, una producción de indudable factura industrial y vocación popular, era exhibida en Río de Janeiro (no tan lejos, al fin y al cabo) en una pequeña sala de Cine Arte compartiendo cartel con La cinta blanca cuando aquí había llenado los multicines. ¿Qué queda entonces para el cine danés en Argentina por muy caro y masivo que haya sido en Dinamarca? Flame y Citrón es efectivamente la película más cara del cine danés (necesaria co-producción con Alemania) y un éxito rotundo en su país de origen que, con la misma historia y la misma realización, pero en ingles y con actores norteamericanos, hubiera recibido una distribución muy diferente.
Ambientada durante la ocupación nazi del pequeño país, basada en hechos reales, con una minuciosa reconstrucción histórica y cierto aliento épico, todo puede hacer temer cierta pretenciosidad consustancial al qualité europeo. Y aunque algo de eso hay en cierta ampulosidad y cierta gravedad solemne, la película le escapa a ese destino y es afortunadamente bastante más que eso.
Los protagonistas, Flame y Citrón, son dos miembros de base de la resistencia danesa contra la ocupación alemana, idealistas, arrebatados y temerarios. Sus misiones consisten en asesinar a colaboracionistas del enemigo, actividad en la que se sienten justificados por el conflicto pero en la que demuestran demasiado entusiasmo y poca reflexión. Personajes con pasta de héroe y destino de mito, pero que a lo largo del relato irán convirtiéndose a su pesar en héroes funcionales al servicio de intereses que desconocen.
Más concentrados en apretar el gatillo que en pensar en lo que están haciendo, a quien le están tirando o a quién obedeciendo, Flame y Citrón empezarán a ser utilizados en misiones cada vez más dudosas, cuya carácter cuestionable ni a ellos se les escapa, pero a las que no pueden negarse. Cuando se dan cuenta de que los intereses de sus lideres están en otro lado antes que en la liberación y que han estado jugando como peones y que lo han sacrificado todo, ya están metidos en una trampa de la que la única salida parece estar en la huida hacia adelante y en la inmolación. Para entonces los protagonistas se darán cuenta de que ya no están seguros en ningún lado y que ya no saben en quien confiar, momentos en los que el relato ofrece un logrado clima de encierro y paranoia.
El director Ole Christian Madsen fue muy criticado en su país por su retrato nada amable de la resistencia danesa. Y es que la resistencia europea anti-nazi siempre fue objeto de retratos románticos y son pocos los que se atrevieron a iluminarles las partes oscuras como recientemente hizo Paul Verhoeven en El libro negro. Pero es precisamente ese atrevimiento el que le da su mayor valor al film. Esa voluntad de introducir los matices, de admitir la duda, de desmitificar y meter el dedo donde duele, para sugerir que las causas justas no justifican cualquier cosa, que mancharse las manos de sangre no es ni simple ni gratis y que también los idealistas pueden pifiarla.