Invitación al baile
Hace ya catorce años el ahora casi octogenario director español Carlos Saura sorprendía al público cinéfilo con una maravilla de conjugación entre música y cine, donde lo sobresaliente parecía ser a simple vista los intérpretes.
El filme “Flamenco” (1995) no era su primera incursión en el genero musical, iniciado por él con “Bodas de Sangre” (1981), en el que haciendo gala de su virtuosismo y conocimiento de la obra teatral de Federico García Lorca, supo plasmar sobre la pantalla toda la energía, el drama y amor contenido en la obra, contando en esa ocasión con la inconmensurable colaboración del eximio bailarín Antonio Gades como Leonardo, principal personaje masculino.
Luego vendrían otras producciones, entre ellas la mencionada “Flamenco”, para la que conformo un equipo de extraordinario talento, encabezado por el director de fotografía Vittorio Storaro, ya consagrado para esa fecha con premios y producciones tales como “Apocalipsis Now” (1979) y “Novecento” (1976), e integrado con los responsables de la música Antonio, José Miguel y Juan Carmona, para culminar con el invalorable aporte del montaje de Pablo del Amo.
Es aquí donde debo detenerme un instante, en esa ocasión Carlos Saura nos presentaba en forma total a los grandes consagrados de un arte popular como el flamenco. El trabajo que, a simple vista, parecía ser un documental que se cerraba en si mismo, daba otras aristas a partir del trabajo en conjunto del equipo y de la idea transformada en guión y en película por el realizador. En este punto, tanto el trabajo de fotografía como el de montaje terminaban por dar una idea acabada de un largo viaje desde el crepúsculo hasta la alborada, que podría leerse como el constante amanecer o renacer de este arte, en la que desfilaban artistas consagrados como Paco de Lucia, Tomatito, Rocío Jurado, José Merce, Paco Toronjo, entre otros.
En este sentido la nueva producción de Carlos Saura, si bien no deja de ser un viaje desde un tiempo en cuanto a construcción, parece incluir ahora los espacios tanto internos como externos.
Comienza con un gran travelling de un espacio cerrado tipo escenario, en el que nos va adentrando en este arte típico español a través de grandes oleos, algunos muy reconocibles, otros no tanto, hasta llegar al set de filmación. Dentro del mismo lugar físico, pero el tiempo, los tiempos narrativos, para algunos no narrativos, estarán legitimados por esas mismas pinturas.
Entonces el tiempo aparece como del mandato de las sucesiones causales en representaciones de una entropía progresiva. Esta concepción del tiempo transcurrido, por un lado, y narrativo de manera contemporánea, por otro, será la que nos permitirá como espectadores movernos y reconocer los acontecimientos, su direccionalidad y el uso de los espacios como cotidianos. Pero es ese tiempo el que entra en crisis, es el tiempo de la narración, no tiene lugar en el ámbito del tiempo del cual se narra, ese tiempo desaparece, empieza a jugar el tiempo en el cual se narra, incorporando a los bailarines, los músicos, los cantaores, los bailaores, los palmeros, verdaderos hacedores de esa maestría. Con el acierto de incorporar los nuevos talentos junto con los veteranos consagrados, entre ellos Manolo Sanlucar, Paco de Lucia, mezclándose con Farruquito y Eva Yerbabuena, entre muchos otros.
El viaje a puro placer no termina en una madrugada maravillosa, sino que volviendo a atravesar una serie de pinturas dentro del espacio interior, en el que se concentro y nos lleva a las calles, donde pervive el arte.
Para lograr todo esto tuvo que, y pudo, reunir a gran parte del mismo equipo que en la desde ahora llamaríamos original “Flamenco”, entre todos ellos se destaca, sin lugar a dudas, el genial Vittorio Storaro en la fotografía.
Unos podrán pensar que quien escribe estas líneas es un fanático ya sea de Saura o del flamenco, nada tan lejos de la realidad, solo soy un apasionado, pues a este descendiente de polacos parece que le corren por las venas sangre ibérica: ¡OLE!.