Seamos sincerísimos: las mejores películas de Carlos Saura -o al menos las que mejor sobreviven- son esos documentales musicales que ha realizado (con la excepción de Tango, por cierto). Sevillanas es genial y Flamenco, bastante buena. Esta vez, el hombre vuelve a encontrarse con los artistas de la primera Flamenco y repasa el género, compara épocas y artistas, deja hablar y escuchar. Pero si la película vale además más allá de la exposición del paso del tiempo (algo que es, más o menos, un lugar común) es por cómo Saura transmite su propio placer a la pantalla. En efecto: uno puede no coincidir con sus gustos, pero no cabe duda de que son legítimos, que disfruta escuchando y filmando lo que escucha, de que no se trata de alguien que filma por encargo sino por elección. En ese apasionamiento para mostrar lo apasionado reside el encanto de esta película. Que, por cierto, conquista el ojo tanto como el oído.