Los creadores de mundos fantásticos habitados por superhéroes encontraron en la idea del multiverso la solución a la mayoría de sus problemas. Es tan flexible, utilitaria y pragmática esta fórmula que prácticamente le da sentido a todo, porque en principio hace que todo sea posible. Marvel y DC encuentran cada vez más coincidencias en este punto.
La primera gran aventura solista en el cine de Barry Allen como Flash tiene esa impronta. Era inevitable que algo así ocurriera. En parte porque el multiverso se puso tan de moda que nadie quiere abandonarlo, porque de lo contrario habría que rendir un examen de originalidad inalcanzable para muchos. Y en parte porque a este gran personaje de DC, cuyo poder extraordinario se apoya en una velocidad de movimientos mayor a la de cualquier otra especie que habita la Tierra, le resulta muy fácil poner en marcha gracias a esa dinámica infinita la inmensa maquinaria del multiverso. Más lejos que cualquiera de sus pares y por sus propios medios.
Esta última cualidad es lo único que diferencia a esta película de la más reciente aventura del Hombre Araña. Aunque forman parte de universos de ficción diferentes (Flash es DC y nuestro héroe barrial arácnido es Marvel) ambos comparten una peripecia bastante parecida. Recordemos que con la ayuda inestimable del Doctor Strange, el joven estudiante de ciencias Peter Parker quería volver el tiempo atrás para no enfrentar las consecuencias de un hecho desgraciado. Lo mismo, pero por las suyas, hace ahora el químico forense Allen.
Lo mejor es evitar que lo malo ocurra (en el caso de Flash, la muerte violenta de la madre de Allen y la acusación de asesinato contra el padre) y para eso hay que reescribir la historia. El riesgo es alterar la secuencia de las cosas de tal manera que todo lo imprevisto pueda ocurrir y las puertas del caos no tarden en abrirse. Y con ellas la aparición de otras realidades, otros mundos y otros yo.
Algo así le ocurre a Allen, que al duplicarse potencia la ansiedad, la agitación, las tribulaciones y las neurosis que lo caracterizan cuando está solo. Al desdoblarse, esos rasgos de personalidad se multiplican y llegan a extremos inconvenientes como el de verbalizar casi maniáticamente buena parte de lo que ya entendemos desde la imagen. Ezra Miller, un actor intenso, también aporta a su personificación de Allen algunos de los problemáticos rasgos de conducta que hace tiempo le complican la vida.
Pero esto es una película y Barry Allen lucha del lado del bien junto a un equipo (el de la Liga de la Justicia) que suele dejarlo solo frente a situaciones de peligro extremo. Eso no le impide escuchar los consejos de su antiguo mentor Batman, que en este escenario de universos múltiples muestra más de una cara. Michael Keaton no es el único de los viejos Encapotados de Ciudad Gótica que reaparece aquí y su relajada presencia aporta algunos de los mejores momentos del relato.
La aventura de Flash (como le ocurre al todavía más inmaduro Hombre Araña) es la de un muchacho común devenido superhéroe mientras trata de crecer, asumir responsabilidades y aceptar los primeros golpes duros de la vida. Nuestro compatriota Andy Muschietti entiende este dilema y lo vuelca a una historia que mezcla secuencias espectaculares con unos cuantos episodios domésticos.
Empezando por el protagonista, los personajes son tratados por el director con cariño, comprensión y un bienvenido espíritu humorístico. Esta mirada se apoya en las páginas originales de los cómics de DC que Muschietti parece haber leído en gran cantidad y a conciencia. De ese espíritu surge una película grande en tamaño y con gigantescos recursos de producción que el realizador argentino maneja con apreciable seguridad y destreza mientras se deja llevar al mismo tiempo por los cantos de sirena del multiverso.
Con semejante tentación es mucho más probable, como ocurre aquí, caer en algunos excesos y desarreglos. Allí aparece, por ejemplo, el colosal despliegue de efectos digitales que funciona por momentos como un fin en sí mismo, puesto al servicio de una celebración visual reservada para fans (con imágenes icónicas o deseadas de tiempos pasados) o de algunas batallas espectaculares y a la vez tan confusas como el papel que desempeña en la historia el retornado general Zod (Michael Shannon).
Subordinarse a los mandatos del multiverso trae estas consecuencias. Afortunadamente, Flash las aligera con un espíritu lúdico que alcanza su máxima expresión en la escena final y en el infaltable bonus track posterior a los créditos, con chiste futbolero incluido.