Flash

Crítica de Rodrigo Seijas - Funcinema

¿PARA QUÉ TANTO VIAJE EN EL TIEMPO?

La respuesta a la pregunta del título de este texto podría ser doble y, en ambos casos, simple, sin muchas vueltas. Por un lado, en Flash, el superhéroe se propone viajar en el tiempo para salvar a su madre, que fue asesinada, y evitar que su padre sea inculpado por el crimen y encarcelado. Por otro, DC Studios y Warner necesitan de ese viaje en el tiempo para alterar la realidad diseñada inicialmente bajo el mando de Zack Snyder y que James Gunn, junto a Peter Safran, reseteen un universo que parecía ya no tener razón de ser. El problema es que, más allá de lo discursivo, eso no lo terminamos de ver en un tanque correcto en su ejecución, pero, al mismo tiempo, poco renovador.

No es que el film de Andy Muschietti no se esfuerce por ser algo distinto y darle un lavado de cara al universo de DC y a su propio protagonista. El relato busca otorgarle un mayor espesor dramático a Barry Allen, convertirlo en algo más que ese joven que era una máquina de hacer chistes -muchas veces bastante esquemáticos- en Liga de la Justicia y Batman vs Superman: el amanecer de la justicia. Por eso la exploración de su pasado marcado por la pérdida, su presente marcado por la melancolía y la decisión de viajar en el tiempo, que luego tiene consecuencias desastrosas, ya que se altera la realidad y las diversas líneas temporales que la componen. Y también el retorno de las encarnaciones de Batman de Ben Affleck y Michael Keaton -este último mostrando un oficio que lo convierte posiblemente en lo mejor de la película-, más la presentación de Supergirl (Sasha Calle) en ausencia de Superman. Todo para construir una trama que combina el drama personal con los dilemas morales alrededor de las implicancias de ciertas decisiones que pueden cambiar (o no) el destino de las personas.

Pero esa disposición de conflictos, personajes y situaciones, aunque pertinente, es concretada casi como un trámite administrativo, sin una verdadera convicción narrativa que potencie la empatía del espectador. Más que un relato, lo de Flash es una acumulación de eventos encadenados, donde lo que se impone es una discursividad un tanto obvia, algunos chistes efectivos y guiños a una platea que encuentra solo lo que espera encontrar y no mucho más. Todo es excesivamente predecible en la película de Muschietti, que no encuentra la forma de sacudir las expectativas y se limita a contar la trama central -que no deja de ser bastante consistente, aún con sus idas y vueltas- sin apartarse de los caminos más seguros, para así poder agradar a la mayor cantidad de gente posible. Por eso lo que vemos no es muy distinto de otras películas de superhéroes y el diseño audiovisual no puede evitar ser un tanto chato: ahí tenemos, como claro ejemplo, esa dimensión donde se cruzan los distintos universos y posibilidades, que es terriblemente artificial y muy poco atractiva.

De hecho, la puesta en escena de Flash no se diferencia demasiado de lo dispuesto previamente por Snyder. No hay verdadera épica -por más que se quiera repensar el camino del héroe y hacerlo interactuar con nociones grupales-, el drama no conmueve –a pesar de todas las pérdidas y tragedias que se ponen en juego- y la comedia es básica, incluso en sus momentos más logrados. Solo hay esfuerzos visibles por hacer confluir esas variables, pero esa remarcación es la que precisamente atenta contra su propósito. Todo luce forzado y lo que queda entonces es un film meramente transicional, que cimenta algunas bases para ir hacia otro lugar (narrativo, estético, temático), del cual hay pocas pistas. Otra vez, DC vuelve a ofrecer promesas hacia un futuro todavía difuso, mientras el presente continúa siendo anodino. Flash no está mal, pero está lejos de ser una película fundante o de quiebre, como quieren instalar algunos, especialmente James Gunn. De hecho -y permitiéndonos la obviedad-, se pasa demasiado rápido y es difícil que quede en la memoria del espectador.