La comedia imposible de Matías Szulanski
Tres historias unidas casi como excusa por el flipper del título, en una película inabarcable desde su concepto, ambiciosa y delirante.
Para Matías Szulanski el cine es un juego de formas que puede combinarse al infinito. Pero ni el mas osado de los directores posmodernos se animó a dar vuelta una y otra vez la mezcla de estilos, géneros y homenajes, al punto del imposible cinematográfico.
Para decirlo en términos menos formales, Matías Szulanski se va al carajo, pero no de manera involuntaria sino consciente, lleva su película a límites de lo impensado. Para dar una idea de que estamos hablando basta con tratar de describir su argumento.
La primera de las tres historias tiene un humor absurdo que rememora a la puesta de Martin Rejtman. Arenillas es un tipo desagradable (con cigarrillo y anteojos de sol adosados a su rostro) que vende un anillo de diamantes para comprarse un pinball. En la segunda tres chicas viajan a la costa a comprar el juego del título y el vendedor (también Arenillas) las estafa. Las mujeres se quedan vacacionando en una casa de fin de semana y una se enamora de un hombre lobo. Y cuando lo ridículo parecía haber llegado al extremo, aparece la tercera parte en formato musical (no con temas aislados sino mas bien una especie de ópera rock, sin rock) con chicas que cantan melodías pop de los años setenta mientras descuartizan a un tipo.
Podríamos decir que estamos ante una genialidad pero el defecto de Flipper (2021) es el mismo que su mayor virtud: el exceso. Es excesiva su duración de 123 minutos para un tipo de relato de 80 minutos como los films de Emilio Vieyra que rememora con orgullo. Es excesivo el regodeo de sus ideas llevadas al límite. Y es excesivo el desinterés por la narración, caprichosa e injustificada, que funciona de esqueleto para articular todo lo demás.
Sin embargo, es ese mismo exceso su mayor valor: irse por la tangente para no regresar jamás. Las citas/homenajes/plagios (para el caso no importa qué) son siempre al cine nacional, y al cine nacional menos canónico de todos. Un cine que despierta fascinación y encuentra en su reproducción de temas musicales, modismos en la manera de prender los cigarrillos o en la charla en la cocina narrada de forma costumbrista, su principal referente. No hay otro director que recupere con humor la esencia de esa iconografía tan sinsentido como instalada en el imaginario social.
El cine se hace en equipo, sea grande o chico, es un grupo de personas que tienen que “entrar” en el código del relato para llevar a cabo la realización. El trabajo de Fabián Arenillas en la primera historia es genial, nunca un gesto de más ni la voz levantada para hacer de su personaje un ser despreciable y encantador a la vez. Otro que entra en tono es el cineasta Paulo Pécora cantando literalmente en el último de los relatos. Ni hablar del trabajo de las chicas (Piru Lasta, María Villar, María Jantus, Julieta Tramanzoli, Sonia Zavaleta y Julia Zanettini) siempre en sintonía para maldecir con una sonrisa y cometer crímenes con actitud abúlica.
Flipper es una película despareja, empieza muy bien y se desarma con la misma fuerza que gana en sorpresas. Y justamente por eso es una película única, que merece ser destacada.