Iair Said realiza un documental en primera persona donde el humor es la base para hablar de la familia, los sentimientos, los intereses y la vida y la muerte, a partir de Flora, una tía abuela que es todo un personaje. Llega al Malba después de su paso por el 20° Bafici.
Después de muchos años de no hablarse con Flora, la familia del director se reencuentra con ella y sus modos de ser y de hacer. Una mujer grande y sola, afecta a sentirse mal y expresarlo, esquiva para todo aquello que la contradiga, encuentra en ese acercamiento la posibilidad de tener alguien con quien compartir pero cuando ella quiera. Iair ve que su tía abuela no tiene otra familia más que ellos y un departamento que él no tiene. El problema es que lo ha legado a un instituto de investigación judío.
Entre llamados y salidas a comer o visitas a la casa se suceden las escenas para retratar a la protagonista de este documental de personaje, especial por sus toques de humor y esos límites borrados con la ficción. Una mujer que sólo se quiere morir y se queja de lo mucho que le cuesta, es todo un caso que consigue empatizar sin medias tintas con cualquier espectador. Y los intentos del director tratando de cancelar la donación agrega, también, lo suyo.
El documental ensaya, desde la risa, reflexiones sobre los vínculos familiares con sus prejuicios, egoísmos, solidaridades y afectos. Pinta retratos humanos y conocidos a partir de estereotipos encarnados que se pasean frente a nuestros ojos y la cámara sin pudores ni cuidados y con gracia, decidiendo dar por tierra con la corrección política y echando mano a la judeidad y sus particularidades.
Cuando estemos llegando al final afloran los sentimientos que, aunque en segundo plano y expresados, siempre estuvieron y podremos añorar las ausencias inevitables y previsibles.