Florence defiende el derecho a soñar y no despertar nunca
El film cuenta la verdadera historia de Florence Foster Jenkins (Meryl Streep), una mujer sola y adinerada, que reinó en los salones neoyorkinos de la década del 40, y que soñaba con poder convertirse en una gran cantante de ópera. Y se dio el gusto. Tenía plata y voluntad y así pudo hacerse oír en los mejores lugares, pese a que su voz despertaba más burlas que aplausos. Lo que el film reivindica es las ganas de ser uno mismo a despecho del talento que se tenga para intentarlo. Incluso cuando al final nota que la gente se reía de sus actuaciones, Florence reivindica la fuerza de su impulso: “Yo quería cantar en los mejores lugares… y canté”, como explicando que las críticas por supuesto le duelen, pero que no lograron eclipsar su amor por la música, pese que ella, desde el escenario, más que homenajearla, la maltrataba. Florence no estaba sola a la hora de hacerse ilusiones. El que alimentaba esos sueños y esa mentira era su esposo-amigo, un actor segundón que vivió a la sombra de Florence y de su fortuna, pero que insiste más de una vez (y se lo dice al pianista) que la ambición es dañina, que lo más valioso es la lealtad a todo, a un ser humano, a una vocación, incluso la lealtad a un sueño imposible.
El film esta contado como una comedia elegante, pese a que el personaje de Florence mueve a la risa. Frears no se aprovecha de ella, no la ridiculiza con crueldad, al contrario, con matices románticos nos dice que a Florence el amor le fue tan esquivo como la música y que a falta de un esposo en serio y un hijo se aferró a un sueño.
Hay sentimientos y gracia en medio de esta fabula sostenida como un complot. Porque a ella le miente el marido, que no quiere que esta mujer ingenua despierte un día. Le miente el profesor de canto y el pianista. Le miente el público, aunque algunos se animan a rescatar la autenticidad y el empeño de una mujer que se propuso algo por encima de sus posibilidades, como para demostrar que no sólo los elegidos tienen derecho a darse el gusto. “Tu canto es pura sinceridad”, le dice el marido, sintetizando lo que todos sienten: que la voz de Florence nunca miente y que sus carencias al final es lo más auténtico. Florence vive en medio de un sueño que no deja de ser un sueño. Y ella al final lo nota. O lo supo siempre.
No es una film tocante, pero es simpático, a ratos chispeante, y tiene otra soberbia actuación de Meryl Streep, que haga lo que haga, siempre alcanza el escalón mayor. A su lado, Hugh Grant le pone humanidad y prestancia a ese esposo que vivió para que el globo de Florence no explotara nunca. Es que a veces, nos dice Florence y Frears, el secreto de la felicidad consiste en no dejar jamás de soñar.