Stephen Frears suele emocionarnos varias veces con historias sobre mujeres en etapas de su vida cercanas a la vejez. Así hizo con The Queen (2006) donde una excelsa Helen Mirren mostraba las vicisitudes de la Reina Isabel II. Así hizo también con Chéri (2009) donde una cuidadosa Michelle Pfeiffer desnudaba los gestos de sus arrugas para develar su vida. Así hizo también en Mrs. Henderson Presents (2005) y Philomena (2014) donde una Judi Dench diversa nos mostraba los descubrimientos de una mujer anciana en clave de comedia y drama, respectivamente. Y así hizo, ya con roles de mujeres en diversas etapas de su vida, en Dangerous Liaisons (1989) donde también Michelle Pfeiffer, junto a Glenn Close, Uma Thurman y John Malkovich, luchaban entre juegos perversos por un hombre.
Esta vez vuelve a mostrarnos las inquietudes de una mujer anciana, a través de resultados menos favorables, con Florence Foster Jenkins (2016). Y tal la vejez la afrontan con una entereza sin igual. Por otro lado, las consecuencias del canto “sincero” (como le dice su esposo) de la señora Florence son para sorprenderse y reírse nerviosamente de una voz poco agraciada. La flaqueza del filme consiste en que no indaga en este apoyo que le da el esposo, interpretado por Hugh Grant. No lo indaga como conflicto y esto puedo significar que, en la vida real, el esposo no tenía problemas por consentir los deseos de Florence de regalar sus dotes artísticos al público. Pero lo cierto es que, puesto así, hay una llaneza en los personajes. No indagar en esta omisión por mostrar sus dotes hace de la película una comedia más, con momentos valiosos de mucha risa, pero sin el descubrimiento de ciertas verdades que nos suele brindar Frears en otras ocasiones.
Ahora, la entrega total de Meryl Streep y de Simon Helberg forcejea con estas conformidades del guión. Por un lado, Streep está atenta a las excentricidades y la sensibilidad de Florence. Mientras más la ridiculiza su vestuario, su voz y sus expresiones cuando canta, Streep consigue una manera de brindarle franqueza al personaje. De alguna manera dice “ésta soy yo, Florence”. Por otro lado, Simon Helberg, quien interpreta al pianista Cosmé que la acompaña, consigue ser, digamos, el alivio cómico (comic relief) ante tan catastrófica voz, con gestos muy apropiados para lo que escucha. Juntos hacen un dúo de trabajo artístico que condensa los esfuerzos de la dirección por darle otra fuerza a la historia.
Finalmente, la música de Alexandre Desplat, con quien el director ha trabajado previamente, sintoniza la historia con una riqueza encantadora. Ya otra veces este compositor nos ha precisado las imágenes que transcurren con música que encanta a los oídos. Así, Florence Foster Jenkins flaquea en cómo desarrolla su historia, pero sus aspectos técnicos y las actuaciones principales la elevan a ratos a algo más agudo.