Actuaciones excelentes y ambientación perfecta decoran una historia más feliz que graciosa.
El ridículo es un tipo de humor muy humano. A pesar de lo común que es reírse del feo, del gordo, del tonto, del que se cayó al piso o del que se equivocó, está a un pasito de ser bullying. El humor cringe (relacionado a la vergüenza ajena), que está en su apogeo hace un par de años (tanto que en eventos como el stream de la E3 se lo solicitó explícitamente) plaga internet y está muy cerca de convertirse en su propio género. La vergüenza ajena es fácil de provocar pero difícil de controlar, por esto es que la mayor parte de este humor es espontáneo. La vida entera de Florence Foster Jenkins, que inspiró cuatro obras de teatro y dos películas, fue marcada por el ridículo y su recuerdo también.
Es 1944, y la escena musical de la ciudad de Nueva York está en su apogeo. Desde los clubs privados hasta los grandes teatros: este es el objeto de amor de Madame Florence (Meryl Streep). Toda su vida amó la música, y cuando no pudo tocar más el piano decidió ayudar a esta escena con su fortuna y con su voz. El problema es que no sabe usarla muy bien, pero no quiere decir que no lo intente. St. Clair Bayfield (Hugh Grant), su pareja y Cosmé McMoon (Simon Helberg), su pianista, le ocultarán la verdad sobre su no-habilidad musical para preservar su buen ánimo. El tesón de Florence, sin embargo, logrará romper esta jaula de cristal en la que está encerrada, para bien o para mal.
La carrera del director, Stephen Frears, está llena de personajes femeninos muy reales y en el equipo de actores hay carreras de todo tipo para elegir y juntas llevaron a un resultado histriónico exitoso. La protagonista es interpretada por Meryl Streep, una de esas mujeres de Hollywood que nadie ignora y acompaña a esta generación desde el comienzo. A su lado se encuentra Hugh Grant, conocido en latinoamérica más que nada por sus comedias románticas (Notting Hill (1999), About a Boy (2002), pero que ha participado en proyectos más arriesgados como Cloud Atlas (2012). Cierra el triángulo Simon Helberg, que saltó a la fama de un día para el otro gracias a la sitcom The Big Bang Theory y se mantiene hasta ahora dentro del género de comedia. El trabajo excelente del equipo de vestuario, peinado y maquillaje enmarca sus performances con genial brillo y esto lleva al espectador, sin dificultad, hacia la década del ’40.
La vida de la pobre Florence Foster Jenkins ha inspirado más de una obra, tanto escénica como cinematográfica. Pero ¿qué es lo que uno debe haber obtenido cuando se cierra el telón y se apagan las luces? Si fuera una simple comedia, el humor le saltaría a uno a la cara, y sin embargo hay lugar en la historia de esta cantante para otras emociones. ¿Está Madam Foster verdaderamente condenada al ridículo? Al mirar su historia sin mala intención, no. Es su constancia la virtud que el espectador debe observar, entre risas. Es su intención de mejorar, de crecer y de ayudar a la disciplina que tanto amó a crecer con ella. Es la idea de que una persona atraviesa más que sólo momentos tristes o momentos felices. Es por esto que Madame Florence tal vez causa más sonrisas que carcajadas. Cantará mal, pero su pasión inspira a cualquiera.