"Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera."
En el día que se conmemoró un nuevo aniversario de la fatídica noche de los lápices; en la temporada que se proyectó la ficción La Mirada Invisible de Diego Lermán, la cual intenta recrear los pasillos del Nacional de Buenos Aires en vísperas de Malvinas; en épocas donde la escuela media y pública volvió a expresar su voz, luego de un tiempo de aparente silencio. Se estrenó, por fin, después de siete años, el documental Flores de Septiembre, que aborda la historia del otro emblemático colegio porteño, el Carlos Pellegrini, durante la feroz represión ocurrida en los años setenta.
Será cuestión del azar o no, pero la espera valió la pena, y el largometraje recién hoy está disponible para el público en general, en un contexto que conlleva un plus de reflexiones individuales, sociales y culturales, que quizás en otros tiempos se hubieran esfumado de nuestra conciencia.
Dirigido por Pablo Osores, Roberto Testa y Nicolás Wainszelbaum, el film comienza su relato a principios de los años 70, en la última etapa de la dictadura de Lanusse, para luego desarrollar lo ocurrido en la primavera democrática peronista, con el triunfo de Cámpora, el regreso de Perón, su muerte, la triple A y todo lo que se fue gestando para los terroríficos años venideros.
Todo este documento histórico es narrado desde la mirada y vivencia de esta prestigiosa institución educativa, y da cuenta a la vez como el contexto se hace texto en las aulas, pasillos, patios y el diseño curricular del Pellegrini, culminando con la desaparición, asesinato y secuestro de varios de sus alumnos.
Para ello se vale de una multiplicidad de voces heterogéneas por parte de los protagonistas de la historia. Desfilan alumnos de las distintas camadas (algunos militantes y otros nada que ver), profesores, autoridades, familiares, quienes van relatando y reconstruyendo aquellos años desde las más subjetivas visiones. Pero se focaliza en el grupito de amigos integrado por Rubén Benchoam, Mauricio Weinstein y Juan Carlos Mártire (el primero asesinado, los otros dos desaparecidos), junto a Alejandra Naftal y Gustavo Frojan, quienes brindaron valiosos testimonios en la película. También desarrolla las historias de Laura Feldman (cuyo cuerpo fue identificado en el 2009), y Claudio Braverman, aún desaparecido.
Todos ellos eran menores, llenos de sueños, ilusiones e ingenuidades porque no. Adolescentes como cualquier otro que se apasionaban no sólo con sus ideales, también con la música, el cine, la literatura, se enamoraban, hacían travesuras, estudiaban y algunos también trabajaban. Ese es el espíritu que reconstruye el documental, carece de golpes bajos y de exceso panfletario, más bien apunta a rescatar el aspecto vital de estos jóvenes en tiempos de violencia extrema, tanto física como psíquica.
El film es sencillo, se centra más en los testimonios que en las imágenes. No esperar un documental con un extraordinario montaje, sólo se intercalan material de archivo periodístico, fotografías de los protagonistas, imágenes en Súper 8 brindada por unos de los compañeros de curso y la canción Crisantemo, interpretada por el flaco Spinetta, no mucho más que eso. Pero lo importante acá son los relatos; ninguna frase tiene desperdicio, todas las historias merecen ser escuchadas.
En especial las declaraciones del rector y vice-rector de esa época, revelando, justificando y reafirmando la importancia de una pedagogía disciplinaria, en pos del orden y la moral. Por momentos irrita, otras incomoda, para terminar causando gracia a los espectadores.
Flores de Septiembre es un documento histórico, imprescindible y necesario para las generaciones más jóvenes, que al estar en pleno florecimiento de su formación ciudadana, les rescata la importancia y el valor de crecer en libertad.
Una reflexión final: hace tiempo no escuchaba en una función común (no privada), un aplauso tan emotivo en la sala al terminar la película, eso da cuenta que aún, más de tres décadas después, los lápices siguen escribiendo.