Cuando el cine es testigo de la lucha
El documental torna presentes las ausencias de tres ex alumnos del Carlos Pellegrini que fueron víctimas de la dictadura.
Si desde los ’90 comenzaron a proliferar las películas que denunciaban las tremendas consecuencias que sufrieron los detenidos-desaparecidos –muchas de las cuales permitieron conocer las miradas y pensamientos de los hijos de los militantes–, éste parece ser el año de estrenos de las producciones sobre los efectos de la dictadura en los estudiantes secundarios. Así como hace unos meses se exhibió La mirada invisible, de Diego Lerman, quien a través de la ficción –inspirada en la novela Ciencias morales, de Martín Kohan–, ponía al descubierto los rigurosos métodos de control disciplinario en el Colegio Nacional Buenos Aires durante los días previos a la guerra de Malvinas, ahora es el turno de Flores de septiembre, documental de Roberto Testa, Pablo Osores y Nicolás Wainszelbaum que describe cómo era esa fábrica de “redisciplinamiento” en que se convirtió el Colegio Comercial Carlos Pellegrini durante los años más oscuros de la historia argentina. Ambos largometrajes tienen en común que lo sucedido en las aulas y en los patios de las dos escuelas más prestigiosas del país funcionaba como un microclima de un contexto mayor que involucró a la sociedad en su conjunto. Y si La mirada invisible ponía el foco en la mirada de una preceptora, Flores de septiembre la deposita en aquellos ex alumnos que tuvieron ilusiones y sueños, pero también pérdidas y tragedias.
Flores de septiembre arranca unos años antes de la implantación del terrorismo de Estado, con testimonios de personas que ingresaron al Pellegrini en 1971. Y lo hace para mostrar el clima inicial en el que, bajo otra dictadura, los estudiantes no tenían relación con los preceptores y había una distancia abismal en aquella ¿convivencia? Con el triunfo de Héctor Cámpora en las elecciones presidenciales del ’73, la cosa comenzó a cambiar y el colegio se tiñó de un clima de efervescencia política. Fue justamente en ese año cuando ingresaron al Pellegrini Rubén Benchoam, Mauricio Weinstein y Juan Carlos Mártire. Y sobre ellos focaliza el documental: los tres fueron secuestrados en distintos operativos por los represores de la dictadura de Videla. Al cuerpo magullado y sin vida de Rubén se lo entregaron a sus padres con la excusa de que “había sido un error de la guerra sucia”; mientras que Mauricio y Juan Carlos están de-saparecidos. El grupo se completaba con Alejandra Naftal, sobreviviente de El Vesubio, y con Gustavo Frojan, que decidió dejar de militar tras el golpe. Ambos expresan sus recuerdos sobre sus compañeros de una manera intimista y cálida, con amor y, a la vez, con profundo dolor.
Además de los relatos de ex alumnos del Pellegrini –algunos militantes y otro no–, la estructura del documental se completa con testimonios de ex profesores –uno menciona los cursos que daba el Ministerio de Educación en los que se explicaba “el accionar subversivo”– y de ex autoridades. El relato del ex rector del Pellegrini durante la dictadura, Alvaro Cartelli, que hace una apología del “orden y la disciplina” (e implícitamente del terrorismo de Estado), no tiene como objetivo establecer un contrapunto con los otros testimonios, como si la mirada del documental necesitara una objetividad innecesaria, sino que el espectador pueda comprender cómo hasta en lo más pequeño, en lo más cotidiano y en lo más insignificante la dictadura desplegaba sus tentáculos venenosos para adormecer a una sociedad. El film tiene, entonces, una toma de posición definida. Y clara.
El documental está dividido en capítulos (“Los ’70 desde el patio del colegio”, “El colegio de la dictadura” y “La búsqueda”, entre otros) que ordenan los relatos y le otorgan solidez narrativa. Las imágenes en Súper 8 que por momentos se incorporan fueron tomadas en 1978, después de las desapariciones de los chicos. Y, de algún modo, hacen presentes aquellas ausencias. Realizado en 2003, Flores de septiembre cobra una vigencia asombrosa en este presente de lucha estudiantil, con los alumnos de colegios secundarios peleando por sus derechos. Casualmente este estreno de ayer coincidió con los 34 años de las desapariciones de jóvenes que peleaban por el boleto estudiantil. Bueno es recordar, entonces, como señalaba un graffiti, que “a pesar de la noche, los lápices siguen escribiendo”. Y el cine es testigo de esa lucha. Y ahí está, por suerte, para dejar testimonio.