Focus: maestros de la estafa

Crítica de Benjamín Harguindey - EscribiendoCine

Autofocus

Focus: Maestros de la estafa (Focus, 2015) logra lo que ya intentó sin éxito El turista (The Tourist, 2010): hacer una comedia romántica con un giro criminal sin otra herramienta más que el sex appeal de sus estrellas y las locaciones exóticas en las que se los pone. Como El turista, esta película está repleta de inconsistencias y falacias lógicas, pero la química entre Will Smith y Margot Robbie la mantiene a flote, dentro de todo.

Reconocerán la premisa de cualquier otra película sobre estafas: un veterano estafador toma bajo su reticente ala a un estafador de poca monta. El primero es Will Smith, cool y relajado como siempre; la segunda es Margot Robbie, la rubia despampanante de El lobo de Wall Street (The Wolf of Wall Street, 2013), aquí haciéndose pasar por una pícara Emma Stone. Jess (Robbie) intenta timar a Nicky (Will), el cual se limita a devolverle una crítica constructiva sobre su método. Obnubilada, Jess le persigue hasta Nueva Orleans, donde Nicky dirige una lucrativa red de ladrones y carteristas en vísperas del Superbowl.

Las escenas de robos callejeros y el cuidado con el que se las ilustra recuerdan un poco a Nueve reinas (2001), con la cual Focus: Maestros de la estafa comparte una fascinación por la mezquindad criminal y los reveses inesperados. Esto lleva al meridiano de la película, y por lejos su mejor secuencia, en la que el personaje de Smith sucumbe a su adicción por el juego (en pleno Superbowl) y de a poco va apostando todas sus ganancias, doblando la apuesta con cada pérdida y con cada pérdida confiando en probabilidades más y más delirantes. Es una excelente escena, inmediatamente secundada por una explicación tan absurda que sabotea toda su magia.

Luego la película hace un salto en el tiempo, y tres años más tarde Nicky se encuentra en Buenos Aires, donde todos escuchamos tango y tomamos Malbec (“Es lo único que toman por acá”). Nicky y Jess se reencuentran pero el romance se les complica con la aparición del playboy e hipotenusa de turno Garriga (Rodrigo Santoro): Nicky está trabajando para él, Jess está saliendo con él. Así comienza la segunda parte de la película, que pone el piloto automático y depende más del melodrama circunstancial que de otra cosa.

En general la segunda se siente considerablemente más débil que la primera. Uno se pregunta cuál es la necesidad de dividir la película en dos con un corte tan abrupto y forzoso. Las circunstancias han cambiado, sí, ¿pero y los personajes? Son los mismos, quieren lo mismo, hacen lo mismo para obtenerlo. Es como si la película decidiera resetear la historia a medio camino con tal de demorar un poco más el inevitable final. Es aquí donde la película se traiciona y revela que jamás fue tan inteligente como pretendía ser, que por cada charada que se manda debe pagar el impuesto de una escena igualmente larga explicando qué acaba de pasar, por qué y qué sigue.

El final en sí es un torrente de exposición que a falta de mejor idea decide explicar en vez de ilustrar cómo se supone que la película nos ha engañado. Y ni siquiera es una buena explicación: sale tomada de los pelos, como el conejo de una galera.

Si algo redime a este desganado y poco astuto intento de trama, es la química entre Smith y Robbie y la forma en que la trabajan con tal de sacar adelante su historia de amor. En los viejos tiempos este tipo de películas eran “vehículos” que servían al “star system”. Smith y Robbie no se comportan como otra cosa que estrellas de cine, y ciertamente son los únicos empujando el vehículo.