Focus: maestros de la estafa

Crítica de Diego Curubeto - Ámbito Financiero

Estafa publicitaria pero entretenida.

Desde "El golpe" y "Luna de papel" a "9 Reinas", las películas sobre estafas, sobre todo si estan dedicadas a estafar a estafadores, siempre merecerán un lugar especial dentro del policial, género al que tal vez sólo pertenezcan parcialmente, dado que suelen describir, o incluso reflejar metafóricamente, lo complejo de las relaciones humanas.

En sus peores momentos, "Focus" parece un comercial de algún desodorante ligeramente inspirado en alguna buena película. En sus mejores momentos, sin embargo, lo esencial del tema se aprovecha en su máxima expresión, dado que las estafas y en este caso también robos tipo descuidistas realizados masivamente utilizando distintas situaciones- enredan el hipotético romance entre la pareja protagonica, Will Smith y Margot Robbie.

El es el jefe de la banda de estafadores en cuestión, y ella es una aprendiz que él considera una gran alumna, aunque finalmente se aprovecha de ella a nivel emocional. Eso sucede en los Estados Unidos y la venganza de ella llega en Buenos Aires, donde se encuentren un tiempo después dado que el audaz timador participa de una estafa vinculada con autos de carrera (detalle que limita un tanto las locaciones porteñas, que de todos modos incluyen un pintoresco momento en el barrio de la Boca).

El problema de "Focus" es que si bien en teoría intenta describir con realismo las faenas de estos criminales simpáticos, pero criminales al fin, en la práctica propone todo tipo de escenas progresivamente más inverosímiles. Algunas son realmente divertidas y muy intensas, como un gran momento en el que el supuesto maestro de la estafa y el robo imperceptible parece desbarrancarse en una loca serie de apuestas millonarias sobre resultados parciales de un partido de fútbol americano.

Todo está filmado con un estilo extremadamente publicitario que por momentos se vuelve un poco cansador, ya que termina usando todos los trucos cinematográficos posibles para, de algún modo, convertir al espectador en víctima de una especie de estafa narrativa. Es que en el contexto visual que proponen los codirectores Ficarra y Requa, los personajes pueden hacer cualquier robo o engaño sin que parezca necesario volver creíbles sus fechorías.