Los tramposos
Seis años después de su debut cinematográfico con I love you Philip Morris –estrenada en nuestro país bajo el título particularmente torpe de Una pareja despareja–, el dúo Firraca-Requia regresa a la pantalla grande con otra historia sobre estafadores, de la mano de Will Smith y Margot como Nicky y Jess, un maestro del engaño y su novata pero rápida aprendiz –era Robbie la rubia que seducía a un ladrón muchísimo más interesante que este en El Lobo de Wall Street y que anteriormente enamoraba a un inexperto Domhnall Gleeson en la maravillosa Cuestión de tiempo–. Dicho esto, y teniendo en cuenta que la carga de arrastrar a la película más floja de los guionistas de Un Santa no tan santo como un caballo cansado a lo largo de todo el metraje recae sobre ellos, podemos diferenciar claramente una primera mitad en la que la película despliega varios subgéneros sin demasiada claridad, y una segunda, filmada en Buenos Aires, donde todo se vuelve aún más confuso en cuanto a su objetivo. Un ejemplo evidente de sus desajustes narrativos es la escena del partido de fútbol americano: mientras Nicky y un millonario se disputan grandes cantidades de dinero en un peligroso juego de apuestas, la secuencia parece extenderse de manera irracional y sin ningún tipo de ingenio para crear expectativa por el resultado, hasta que recién llegado el final se devela el giro con el que la película intenta justificar de alguna manera la dilatación del asunto. El problema es que ni ese giro ni los que seguirán funcionan. En parte porque el estiramiento de las escenas no tiene otro motivo que la pretensión de abrir un juego de artimañas –que, por otro lado, no es más que una serie de espejitos de colores– ante un espectador deseoso de acción y algo desorientado, que se irá tornando tan repetitivo como los constantes engaños tras engaños y absurdas vueltas de tuerca que terminan agotándonos a nosotros y a la película de igual manera. Toda esta parafernalia de trucos que parecen salidos de una película de Nolan –sin dudas todo un profesional en el arte de querer vendernos bijouterie por joyas cinematográficas– sumada a la falta de un antagonista bien definido, comienzan a provocar una considerable pérdida de interés por lo que resta de la película, que no se sostiene ni siquiera gracias a la simpatía y los esfuerzos de Will Smith ni de la femme fatale que lo acompaña.
Lo que sucede es que en algún momento entre la primera y la segunda mitad, los directores desvían su rumbo hacia una comedia romántica de esas cubiertas por gruesas capas de una cursilería imposible y romances mostrados de las formas más absurdas basadas en novelas de Nicholas Sparks, algo a lo que no se prestaba su antecesora Loco y estúpido amor, a pesar de no animarse a ser la salvajada que fue Una pareja despareja.
En su afán por llegar a un público cada vez más amplio, la última propuesta de Firraca y Requa se va diluyendo en su propio juego hasta transformarse lentamente en poco más de una hora y media de desencanto que duele como un paquete de papas fritas sin tazo.
Focus: maestros de la estafa intenta elaborar un complejo acto de magia frente a nuestros ojos, pero en cambio revela el truco: no hay nada detrás de la canchereada megacool de sus actores y de una Buenos Aires de cine-postal woodyalleniana. Lo que queda no es más que una película reofertada que se acerca más a la delincuencia de pasarela que retrató Sofía Coppola en su más reciente y fallida Adoro la fama que a cualquier otra referencia del cine de estafadores con mayúsculas.