“Focus: Maestros de la Estafa” (Focus, 2015) forma parte de la tradición de las clásicas películas de timos con protagonistas carismáticos y encantadores como “El Golpe” (The Sting, 1973), cualquiera de las entregas de “La Gran Estafa” (Ocean's Eleven) o incluso “Nueve Reinas” (2000). Tipos que convierten este “oficio” en un arte y una forma de subsistencia, y viven al límite esquivando las consecuencias.
Glenn Ficarra y John Requa -los mismos de “Loco y Estúpido Amor” (Crazy, Stupid, Love, 2011) y “Una Pareja Despareja” (I Love You Phillip Morris, 2009)- escriben y dirigen esta aventura internacional que los trajo hasta nuestras Pampas para contar la historia de Nicky (Will Smith), un experimentadísimo estafador que comanda una verdadera “empresa” de timos menores, mayormente relacionados con robos de guante blanco, apuestas y similares, con un sinfín de “empleados” a su servicio.
Así conoce a Jess (Margot Robbie), una joven sin mucho que perder con ganas de aprender del maestro y formar parte del equipo, una carterista del montón que pronto se convierte en su mejor alumna. Pero el amor empieza a fluir entre los dos, un verdadero obstáculo (y distracción) para este estilo de vida, y al muchacho no le queda otra que cortar por lo sano para no seguir arrastrando a la chica por el mal camino.
Tres años después el destino los reencuentra en Buenos Aires. Así, las callecitas de San Telmo, La Boca y Puerto Madero toman otro color al convertirse en el escenario de un fraude millonario que involucra al dueño de una escudería de Fórmula 1, interpretado por Rodrigo Santoro. El magnate quiere deshacerse de su principal competencia y no tiene mejor idea que contratar los servicios de Nick para llevar a cabo sus planes, claro que la inesperada aparición de Jess podría estropearlo todo, además de revivir esa llamita que nunca terminó de extinguirse.
“Focus” no va a quedar en los anales. Tiene demasiados giros en una trama de apenas 105 minutos, explica por demás cada uno de sus trucos como un mago que no puede quedarse callado y tiene unos cuantos baches argumentales, pero no deja de ser entretenida y llevadera gracias a la química y al encanto de sus protagonistas principales. A Will Smith ya se lo puede considerar un galán maduro que no necesita tirar un chiste cada dos frases, más recatado y sereno que la burbujeante Margot, que se roba suspiros, miradas y cada escena en la que aparece.
Ficarra y Requa saben mantener el ritmo y el glamour que este tipo de películas siempre exuda, la acción es vertiginosa y elegante, sobre todo en la primera parte de la historia. Después desbarranca un poco, más que nada, porque no podemos evitar pensar donde está el truco en este juego del gato y el ratón constante, como una muñeca rusa que esconde un engaño dentro de otro.
A Smith y Robbie los acompaña un gran elenco de ilustres desconocidos, de esos que las caras nos suenan de miles de producciones (Adrian Martinez, Gerald McRaney, BD Wong, Brennan Brown, Robert Taylor) y una banda sonora que mezcla clásicos de los Stooges y los Rolling Stones con el candombe de Los Mareados.
Para pasar un buen rato sin muchas pretensiones, admirar la blanquísima sonrisa de Robbie y aprender a cuidarse de los chorros en el subte.