Con verdadero espíritu lúdico
Con astucia y espíritu lúdico, el director Damián Leibovich le da al cine nacional algo de lo que carece: una buena película de aventuras, capaz de dialogar con los géneros, de cruzar referencias y hasta de burlarse del propio cine argentino, sin por eso quedarse en una pose cínica o en una canchereada adolescente o intelectualoide a lo Llinás -y amigos-. Forajidos de la Patagonia es una película que mezcla el western con el cine de aventuras a la vieja usanza (esa donde siempre había un tesoro escondido), y le aporta una mirada decididamente humorística sin miedo al ridículo. Lo que queda, más allá de algunos problemas evidentes de producción y del tono desparejo de las actuaciones, es un producto muy divertido, una película concentrada en su anécdota pero a la vez con la coherencia suficiente como para sostener sus ambiciones, que las tiene y van en paralelo a la trama central.
El protagonista, Pancho, es un joven director, de esos un poco pretensiosos que hacen un cine para pocos, pero consagrado por la crítica. O al menos es lo que él cree. Puede que la parodia resulte un tanto repetida, pero en su arranque Forajidos de la Patagonia sorprende con una serie de cajas chinas que nos hacen dudar sobre cuál es el verdadero territorio que la película explorará: un western, un drama indie, una comedia sobre el mundo del cine. Esa sucesión de segmentos que en apariencia no se conectan, muestran a un realizador preocupado en que su mirada no se deje llevar por la impostura: hay burla, pero personajes amables y complejidad en lo que se cuenta. De hecho, la primera hora del film -la más interesante, y que por su ritmo está entre lo mejor del cine argentino 2014- trabaja varias líneas y personajes, que desembocarán en un teatro donde se está presentando un cuadro sobre el que hay varios interesados en “llevárselo”.
Forajidos de la Patagonia es un rompecabezas integrado por diversos géneros, todos ellos muy bien aplicados y escenificados: hay algunas buenas escenas de acción, hay un aprovechamiento estupendo de los escenarios naturales del sur argentino, una inteligente inclusión de datos turístico mechados con mitos y leyendas, muchos encuadres que respiran cine y comedia absurda con buenos chistes y algunas situaciones por demás ocurrentes y delirantes. Pero sobre todo es una aventura, la de Pancho, en su tránsito de pelele a tipo más o menos listo. Y esa aventura, nunca puesta en palabras, es lo que hace al film de Leibovich una propuesta por demás destacable: el director elige contar desde un género demostrando conocimiento, y como en el cine clásico, sus personajes aprenden a partir de lo que les ocurre y de las decisiones que toman.
Puede que Forajidos de la Patagonia no sea un film redondo y que en su producción, humilde -aunque nunca se achica-, se evidencien muchos de los problemas que impiden un cierre más o menos logrado para algunas secuencias, como la del tren, por ejemplo. Sin embargo, Leibovich se da el gusto de hacer una película que dice varias cosas sobre el hecho de hacer cine (que es una aventura que hay que vivir, para después saber contar), pero que nunca se queda en la exhibición de conocimientos o perogrulladas. El movimiento se demuestra andando decía algún personaje de nuestra cultura popular, y Forajidos de la Patagonia viene a confirmarlo con simpatía, ligereza y un siempre bienvenido espíritu lúdico.