Es de noche en los Alpes franceses. Unos tubos cilíndricos y metálicos salen del medio de la montaña nevada y descargan sus explosiones en la oscuridad. Una familia sueca a punto de quebrarse descansa en la habitación del hotel y centro de esquí. Las explosiones los inquietan. En su segundo día allí, van a almorzar a un restaurant con vista a los Alpes nevados. Se sientan en una mesa en la terraza, los cuatro: papá, mamá, hija e hijo. Arremete una de esas explosiones y eso desencadena una avalancha, en apariencia y según el padre, controlada. La masa de nieve se acerca rápida y certera a la terraza del restaurant. El padre saca su iPhone y filma el momento. La gente alrededor se da cuenta de que algo no está bien con esa avalancha. Se acerca. Se desesperan. Los chicos gritan. Todos gritan. La nieve llega pero frena justo antes del restaurant cubriendo todo con una bruma un poco blanca, un poco gris. El peligro pasó. Los comensales, como pueden, retoman sus lugares. La familia sueca también. Intentan comer pero algo los frena. Esa avalancha rompió algo entre ellos. Esa avalancha puso a prueba a esa familia y desestabilizó, con su fuerza y su nieve, todo lo establecido.
Así arranca Force Majeure (2014), del director Ruben Östlund (Play, 2011; Involuntario, 2008), la nominación de Suecia para los Premios Oscars 2015 y la ganadora del Premio del Jurado (Un Certain Regard) en Cannes. Una película que pone en jaque a cada una de las fibras de nuestro cuerpo. Una crónica sobre la vida en pareja, la paternidad y las responsabilidades que esto conlleva.
Östlund pone a prueba a los personajes. Juega con ellos y observa cómo reaccionan en este contexto. Pone en tela de juicio los roles preestablecidos en una familia por la sociedad occidental y hace de eso un manifiesto. ¿Cuál es el lugar del padre/ esposo aquí? ¿Qué lugar espera la madre/ esposa que ese hombre ocupe? La situación límite por la que pasa la familia es un obstáculo que ellos deben sortear y del cual, hay que decirlo, ninguno de los dos sale bien parado. Ella espera que él los salve. Que sea el héroe en ese caos. Pero las cosas no salen como ella quiere. O, por lo pronto, como ella creía que tenían que salir en caso de pasar por algo así.
A partir de ahí, los personajes inician un viaje lleno de frustraciones compartidas, de reproches y de llantos desconsolados e imparables. Todo ello acompañado por una banda de sonido compuesta de sólo un tema: el Tercer Movimiento (Verano) de Las Cuatro Estaciones de Vivaldi. Funciona como leitmotiv durante toda la película y añade, gracias a un montaje preciso, un dramatismo y una tensión, por momentos, insoportables (en el buen sentido).
Force Majeure nos interpela. Durante los 118 minutos que dura la película, nos ponemos primero del lado del padre, luego del lado de la madre, después del lado de los hijos y más tarde del de la pareja de amigos que llega al mismo hotel y a la que los protagonistas le confiesan su malestar por la situación que les tocó vivir. Y son ellos los que también se plantean, luego de escuchar el relato de la avalancha, qué haría uno en una situación límite.