Avalanchas peligrosas y matrimonios en crisis
El subtítulo del film es definitorio: la traición del instinto. Todo pasa en las vacaciones de una linda familia sueca: padre, madre, dos hijos chicos. Estamos en Los Alpes, franceses. Todo es silencio, niebla, riesgos. Hay una avalancha.
La madre se desespera por poner a salvo a sus dos hijos, mientras el padre agarra el teléfono y escapa. Cuando todo vuelve a la normalidad, está claro que la avalancha abrió profundas grietas en esa pareja. Nada es lo mismo. La madre se empecina en dejar al descubierto la grave falta de un esposo que al final, acorralado, en lugar de admitir su culpa prefiere primero la negación y después la catarsis. Detrás de su huida aparecen otras revelaciones. Para no admitir su cobardía, confesará faltas menores. Pero ella está decepcionada y se lo hace saber.
El film es como ese paisaje frío y brumoso. Utiliza la nieve y sus desiertos para mimetizarse con el silencio molesto que amenaza a una pareja que no sabe qué hacer para poder superar el problema. ¿Cómo procesar esa falta? ¿Hasta dónde llegará la decepción?
Hay una riesgosa excursión final. El padre la encara con el ánimo de ponerse a prueba. Y la madre parece extraviarse a propósito para que su esposo pueda redimirse.
El film gira entre la verdad (“tenemos percepciones distintas”, dice él), el perdón, la culpa y el llanto reparador. La idea de un final con moraleja le quita rigor a esta película seria, que invita a la reflexión. Östlund nos pregunta: ¿Puede el amor sobrevivir entre tanta desconfianza? Y ¿hasta dónde el instinto de supervivencia puede estar por encima del amor y la responsabilidad de padre y esposo? ¿Qué haríamos cada uno de nosotros –pregunta- ante una situación semejante?
No hay respuestas concluyentes. La nieve borronea todo. El final, incluso, relativiza todas las posturas y agrega más ambigüedad a una película inestable y molesta: como el conductor del ómnibus maneja mal, ella decide bajarse del coche. Pero sola. ¿Y su marido y sus hijos?. ¿Otra escapada? El que esté libre de impulsos incontrolables –dice Östlund- que se arroje en la primera avalancha.