El cine, se sabe, está hecho mayormente en base a estereotipos y a menudo por ello caemos en un grave error: el creer que éste se basa justamente en modelos prefabricados para imitar a la vida misma. Pero, ¿qué pasa cuando la vida imita al cine y no viceversa? ¿Cómo se completa ese círculo vicioso que nos hace creer que sabremos cómo actuar frente a la presión, el horror o la aventura misma? Ésta es tan sólo una de las tantas preguntas que se hace con punzante ironía Ruben Östlund en Force Majure, y como respuesta a muchas de estas interrogantes encuentra situaciones absurdas, patéticas y tristemente reales. No hay héroes ni hay heroínas, pero todos pretenden serlo. Lo que es peor, no hay mea culpa, perdón ni mucho menos, disculpas.
Lo que aquí destraba la verdadera naturaleza de un hombre que está lejos del macho cabrío hollywoodense es una enorme avalancha. El padre de familia huye en lugar de proteger a los suyos, pero no es tanto su instinto de supervivencia (inevitable e impredecible, dirán los realistas) lo que desata la ira de su mujer, sino su incapacidad posterior de reconocer su actitud. El reclamo en sí es injusto, es cierto, porque nadie sabe cómo actuaría frente a una situación de semejante envergadura, pero se vuelve irremediablemente certero cuando la respuesta al porqué es un indescifrable silencio por parte del acusado. Al personaje principal, queda claro, más que una avalancha lo que realmente le da miedo es la etiqueta de "cobarde" y el qué dirán de la gente.
Force Majure es posiblemente una de las mejores películas del año y le bastan tan sólo los primeros cinco minutos para demostrarlo: detrás de una foto familiar forzada, arquetípica y patética se esconde una institución formada por conservadurismo e hipocresía, y tan sólo un hamague de accidente natural es capaz de desenmascararlo. Se equivoca la crítica en general, sin embargo, al entender que Östlund se está riendo tan sólo del supuesto rol del hombre en una sociedad machista y patriarcal: tan lamentable resulta el rol de este paterfamilias como el de la madre que se siente desprotegida y permanentemente necesita a su macho para sentirse así más segura. Hombres y mujeres, por igual, actúan aquí no en base a su naturaliza sino a lo que se espera o supone falsamente de ella. Así, Apenas quedan libres de pecado los niños, muy jóvenes para comprender el ridículo de los "adultos". El coral epílogo que cierra esta historia antiheroica merece un enorme aplauso, así como cada una de las observaciones que el director esboza en todos sus personajes.