Varias son las historias de vida que recorre este documental. Algunas ocurren en un neuropsiquiátrico; otras, en un ex internado de leprosos (el hospital Baldomero Sommer, que antiguamente fuera una colonia de quienes sufrían lepra y en donde aún viven Adolfo, Angélica y Aníbal); unas tras las murallas de la cárcel y otras en un hogar de ancianos. Todos personajes reales, bien diferentes entre sí, de todas las edades, pero con una cosa en común: la soledad y la necesidad de sentirse vivo.
Fortalezas relata la manera en que cada uno de los habitantes de estos lugares –que por cierto, son bastante poco cotidianos para la gente común- busca la forma de sentirse vivo, útil, querido y aceptado por los demás. Y todos tratan, además, de hallar la manera de sobrellevar la soledad.
Fortalezas son testimonios duros, actuales, mostrados en tiempo real y con sonido directo. Son la evidencia de los grupos sociales que están pero de los que no nos acordamos; son anónimos, relegados, temidos e incluso discriminados.
El film va alternando las imágenes y experiencias en cada uno de los lugares elegidos, y los mismos personajes que los habitan van contado sus historias y mostrando cómo viven, qué sufren, qué esperan, a qué se aferran. A medida que la película transcurre, la tristeza y el ahogo invaden y movilizan.
Un grupo de estudiantes secundarios que visita el ex leprosario agrega un poco de frescura al relato; sin embargo, da la sensación de que este recurso podría haber estado mejor aprovechado para lograr enriquecerlo más.
Si bien los temas tocan en lo profundo de los sentimientos y logran hacer tomar conciencia de una realidad que está presente, aunque miremos para otro lado, el film no aprovecha recursos estéticos que lo harían más ágil. Se torna por momentos monótono y repetitivo.