El tiempo cristalizado
Atahualpa Yupanqui, Amelia Vargas, Tita Merello, Mariano Mores, José “Pepitito” Marrone, Luis Sandrini, Jorge Porcel, Susana Giménez, Moria Casán, Mimí Pons y Gogó Rojo, entre otras rutilantes estrellas de los ’60, ’70 y ’80 de Argentina transmiten en sus ojos un halo de verdad más allá de la impostura que exige cualquier fotografía con ánimos de promoción. Y eso que no se ve es el talento del ojo que supo mirarlos, extraer en un clima de tranquilidad la esencia de un rostro, a veces la melancolía ocultada en el maquillaje pese a la furia del blanco y negro y la luz.
Todos aquellos que pasaron por el Foto Estudio de Luisa Escarria, de origen colombiano y con un legado de sus padres Luis Felipe Escarria y Eva Iglesias también fotógrafos como ella, no necesitaron de la tecnología ni de los retoques del artificio digital para honrar un trabajo artesanal que hoy resulta casi obsoleto ante el avance de las nuevas tecnologías. En paralelo, a veces la vejez también se considera una pérdida de tiempo como para dedicarle un documental y en realidad el error parte de la base de no saber mirar u observar a quien está frente a cámara.
La historia de Luisa y sus hermanas Graciela y Rosa encuentra en la evocación de anécdotas duras un mosaico de una época donde la mujer no podía lucirse -con la excepción de AnneMarie Heinrich, fotógrafa de estrellas como Zully Moreno o Mirtha Legrand, entre otras del cine argentino clásico- y menos en oficios como la fotografía, dominada por hombres.
La perseverancia de estas hermanas para encontrar su espacio, brindar sus servicios al teatro Maipo en pleno auge del teatro de revistas, de vedettes con plumas y despliegue escénico sobre tablas es apenas una parte de su largo recorrido con pasado rico y un presente desteñido porque transcurrido un tiempo gran parte de ese aporte artístico (eso es cada una de las fotos de Luisa) quedó en el olvido.
El rescate de 25000 negativos y la presencia de una cámara de cine para viajar desde los recuerdos y la nostalgia es el puntapié y pretexto para descubrir a Luisa Escarria, sus perros y su enorme trabajo de foto montaje a lo largo de décadas.
En el presente a veces suena el teléfono para preguntar por un posible trabajo y Luisa contesta con un dejo de melancolía que ya no trabajan. La misma que la acompaña cuando entra al teatro vacío junto a su hermana y piensa en esas marquesinas rutilantes donde cada estrella brillaba gracias a ella que sabía mirar.
La singularidad de este documental de Sol Miraglia y Hugo Manso es por un lado no caer en solemnidad o dejarse llevar por el anecdotario, sino ensamblar una rica historia de vida con un período cultural de Argentina que solamente hoy se reproduce en algún álbum de fotos como el de Luisa al resguardo de la humedad y del deterioro de la desidia propia de este país.