John es un Du Pont, heredero de una familia que acumuló dinero y poder a manos llenas. Es un tipo desequilibrado, retorcido, sin amigos ni reconocimiento. Vive junto a su madre en la mansión de Pensilvania. Es fanático de la lucha libre y ha comprado algunos torneos para poder lucir trofeos en una casa sin vida. Quiere ser entrenador y ganar. Por eso lleva allí a un campeón olímpico, Mark Schultz, un pibe simple, manejable y vulgar. John, un tipo ladino y siniestro, se apropia del deportista para intentar darle algún objetivo a su desolada existencia (“al único amigo que tuve, lo había contratado mi mamá”). Foxcatcher (cazador de zorros) se llama el lugar. Y el film es una larga cacería con un final a la altura de esta alegoría.
Bennett Miller ya había mostrado mano maestra en “Capote”, otro film inspirado en sucesos reales. Y aquí nos envuelve otra vez con su estilo envolvente, parco, sutil, lleno de gestos reveladores, con la manera estupenda de dirigir actores (grandes trabajos de Steve Carell y Channing Tatum ), de crear climas, de aprovechar silencios y miradas. Miller advierte que, los que ayudan, frecuentemente terminan usando a su antojo al necesitado. Y nos deja ver que, bajo la caparazón de este perverso pusilánime (la escena que corre alrededor del gimnasio es demoledora) se agitaba el poder impune de una clase que necesitaba medallas para justificarse. El film alterna imágenes documentales con una rigurosa reconstrucción, pero son los detalles los que mejor nos hablan del poder y de la dependencia, de la soledad, los falsos sueños y lo que cuestan algunas medallas. Un film magnífico que desde los combates físicos nos habla de otras luchas. Una crónica trágica y triste que marca el contraste entre el poder avasallante de los Dupont y los desvelos de estos luchadores, vulnerables y condenados, tanto como esos zorros que la dinastía fue matando a lo largo del tiempo.