Cazador de sueños.
A diferencia de lo que comúnmente podría sugerir, Foxcatcher es una película que confabula contra su aparente premisa de biopic académica. Reconstruir el asesinato del luchador olímpico Dave Schultz a manos del perturbado millonario John du Pont es la excusa del director Bennett Miller para volver a camuflarse en los márgenes de un historiador verídico y así trabajar sobre una relación de opuestos que se asocian al confundir patologías vulnerables con beneficios superficiales. Hay matices compartidos con Capote, la opera prima de Miller, en donde un literato extravagante se acercaba por mero interés a las miserias de un desamparado social mientras se vislumbra el salvajismo inquieto de un país culturalmente impiadoso.
La panorámica de unos años ochenta templados nos acerca a la rutina melancólica que atormenta al deportista olímpico Mark Schultz (Channing Tatum, en la personificación de un orangután) y la relación áspera que mantiene con su hermano mayor Dave (Mark Ruffalo, luciéndose con esmero), quien contrariamente sí goza de un bienestar anímico. Ambos se consagraron en la lucha libre olímpica, pero a Mark lo agobia la falta de incentivo nacionalista en la sociedad hasta que es tentado por el magnate John du Pont (Steve Carell y el morbo de perturbar a los comediantes), quien le ofrece servir de sponsor y alojarlo en su rancho de Pensilvania durante el entrenamiento para conseguir la medalla en Seúl 1988.
Mientras siembra los indicios obsesivos de sus personajes al ritmo de un homoerotismo palpable, Miller escarba las grietas de una dinastía oligarca en los ideales de un líder mentalmente quebrado. Conforma al espectador ordinario demostrando ser prolijo para los melodramas pero especula con hacer una lectura pesimista de la turbia herencia aristocrática que rodea a du Pont y describiéndolo como un benefactor mercenario de amistades financiadas que en un brote de caprichos oprimidos planea montar un discurso chanta. La fijación en los retratos artísticos, el clientelismo con empresarios, la chamuyada hipócrita y el derroche del patrimonio son herramientas de las cuales se jacta para corromper el espíritu virginal de un huérfano pasivo como Mark y dominar sus dotes de atleta corpulento.
Empleando una narrativa opresiva, Miller invita a descifrar el orgullo norteamericano, destapando los fundamentos retorcidos que sembró la riqueza bélica en su abasteciendo de armamento a todo el país. Es en esta deconstrucción que se viraliza el síndrome sectario del patriotismo y que se exprime dentro del Team Foxcatcher, el gimnasio que dirige du Pont para manipular y adiestrar bajo los efectos de la propaganda. La inspiración insulsa que domina a Mark pronto se verá desenmascarada por instancias de bajeza que dan vergüenza ajena. Un proceso de lobotomía al que de a poco se le ven los hilos.
En contraposición al clasicismo profesional que decoraba los objetivos éticos estadounidenses en la previamente aclamada El Juego de la Fortuna, esta vez Miller pasa a un drama deshidratado que presiona con moderación a la audiencia, utilizando una cámara sobria para acompañar los altibajos y en su desarrollo testear eso de que la sangre es invaluable. Foxcatcher es un relato hipotérmico que delata la estafa maestra de una cultura que prevalece impune y las consecuencias de contradecir a un patriota en plena campaña.